Por: Octavio Díaz García de León
Llama la atención que los jóvenes en edad de tener hijos ya no quieren
tenerlos. Prefieren adoptar mascotas tales como perros o gatos, con los cuales han venido a sustituir a los
hijos.
Desde el principio de la humanidad los hijos se dieron en las peores condiciones
de higiene y salud para las madres y para los niños. Sobrevivían unos pocos y
en la mayor parte de los casos, al crecer, se convertían en un instrumento utilitario como
ayudantes y fuerza de trabajo para los padres. En muchas ocasiones, su llegada
era temida por las madres y no siempre eran deseados.
La invención de los anticonceptivos vino a dar la posibilidad de
regular el número de hijos, su espaciamiento, e inclusive la posibilidad de no
tenerlos, sin necesidad de recurrir a la
castidad y otros métodos menos eficaces. Puso además la decisión de embarazarse
o no, en manos de las mujeres a quienes, por ello, se les dio la libertad de
decidir ser madres o no.
Ante estas posibilidades, las mujeres pudieron incorporarse de forma
masiva a la fuerza de trabajo y realizar proyectos personales más allá de la
maternidad. Esto propició el que se fuera reduciendo el número de hijos por
pareja, originando la inversión de la pirámide poblacional y ocasionando que
haya más viejos que jóvenes.
Hay otros aspectos que han favorecido esta tendencia: Económicos: La dificultad para tener vivienda propia que
albergue una familia; el costo de la educación, salud y el mantenimiento de los
hijos por lo menos durante 20 años (llegan a ser más años) . Falta de tiempo:
No existe una infraestructura de calidad que ayude a cuidar a los hijos auxiliando
a los padres. Otras responsabilidades: Los jóvenes también se han visto
forzados a hacerse responsables de adultos mayores, cada vez más longevos, los cuales también carecen de infraestructura
adecuada para sus cuidados. Personales: la falta de vocación parental;
la pérdida de libertad para viajar, salir y divertirse; la imposibilidad para
lograr proyectos de vida propios por atender a los hijos.
También está la duda existencial propia de nuestra época secular. Si la
vida no tiene propósito; si cada uno debe buscarse una razón de ser; si cada
persona debe ser como Sísifo subiendo una roca a la montaña para al día
siguiente volver a hacer lo mismo todos los días de su vida, con trabajos
monótonos que no traen satisfacción o que solo sirven para generar ingresos
para gastarlos en productos que no compran la felicidad, ¿qué perspectiva se le
puede ofrecer a un hijo en un mundo así, que carece de sentido y que suele
traer más sinsabores que dichas?
Es así como tener hijos ya no es una decisión fácil. No todos los
jóvenes están dispuestos a sacrificar tiempo, dinero y esfuerzo por el proyecto
de vida de los hijos, el cual además, les debe ser ajeno, pues se les debe criar para hacerlos adultos
independientes, que realicen su propio proyecto de vida y no el de los padres.
Tener hijos es pues un propósito bastante altruista, de largo plazo y
además, incierto. No se sabe qué tipo de
dificultades acarreará la vida de los hijos a los padres. Todo esto lo observan
los jóvenes en el entorno en el que fueron criados y si las condiciones para su
propio crecimiento no fueron las mejores, seguramente también influirá en su
decisión de no repetir malas experiencias.
Sin embargo, considero que la experiencia de formar una familia es un
proyecto que vale la pena y acarrea muchísimas satisfacciones. Por ejemplo, la satisfacción emocional de una relación
padre-hijo; el conservar las tradiciones y valores familiares; el continuar el
legado familiar; el disfrutar la compañía que proporcionan los hijos; el
tener apoyo y compañía en la vejez; el satisfacer
el instinto biológico de reproducirse; el formar una familia como una forma de
aprender nuevas capacidades y adquirir una perspectiva sobre la vida más
completa; el formar hijos para que aporten positivamente a la sociedad; el amor
incondicional padres-hijos que es algo profundo e irreemplazable; o
sencillamente por el simple gusto de
tener hijos como una forma de orgullo, satisfacción y autorrealización.
Lo que hace falta es la infraestructura de apoyo para que los proyectos
de vida de los jóvenes padres no se frustren por tener hijos. Por ejemplo, proporcionar ayuda económica; dar
infraestructura para cuidados de los niños fuera del hogar; otorgar tiempo
libre para atenderlos; dar capacitación para educar a los hijos y no llegar
como unos improvisados a la paternidad.
El Estado tiene una gran tarea para apoyar a los padres en estos
aspectos y la sociedad tiene pendiente la tarea de darles razones a las jóvenes
parejas para tener hijos: que vean el lado positivo y tengan los apoyos
necesarios para que los prefieran a sus mascotas, pero siempre, respetando su
decisión.
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