Por: Octavio Díaz García de León
Los videos del muy probable asesinato de cinco jóvenes en Lagos de
Moreno han llenado los espacios informativos, las redes sociales y las
conversaciones privadas. El grado de sadismo de los sicarios rebasa la
imaginación más perversa de la mayoría de los mexicanos que, asombrados, contemplamos estos hechos de
violencia.
Pero cada semana nos asomamos a los abismos del horror con
acontecimientos de este tipo. Al mismo tiempo que circulaba esta noticia,
también se supo de la aparición de 17 cuerpos mutilados en Poza Rica,
depositados en hieleras, y el asesinato de una mujer en León, acuchillada por
un criminal. Todo ocurriendo ante nuestros ojos a través de videos, en donde se
puede observar la crudeza del mal.
La violencia nos rodea y ahoga: 83 asesinados en promedio diariamente, 110
mil desaparecidos en este sexenio (Tan solo en Lagos de Moreno, 365), 2 mil 710
fosas clandestinas, 800 mil muertos por la pandemia, miles más de muertos por
un sistema de salud desmantelado por este gobierno, asaltos en carreteras, asaltos en calles y casas, extorsiones y
amenazas a negocios y a productores del campo.
México es víctima de una violencia nacional producida por los dirigentes
criminales, sicarios, autoridades y una sociedad que permite que todo esto
pase. El chiste que contó el presidente López Obrador cuando supuestamente no
escuchó lo que le preguntaban reporteros sobre lo acontecido en Lagos de
Moreno, o cuando se rio de un periódico que informaba de las matanzas cotidianas,
es un reflejo de lo que ocurre con la autoridad: indiferencia, burla, sordera, incapacidad
y, posiblemente, complicidad.
Pero también hay una violencia oculta, cotidiana, que ocurre en todas partes. Empieza por la
violencia que ejercen los padres sobre los hijos con el pretexto de educarlos. La
violencia intrafamiliar que afecta especialmente a las mujeres. La violencia
del acoso escolar en escuelas primarias y secundarias, de la cual también hemos sido testigos por
videos donde vemos que niños matan a otros niños. La violencia que algunos
maestros de educación media y superior ejercen sobre los alumnos y viceversa.
Está también la violencia que se ejerce en los lugares de trabajo. El
acoso laboral y sexual es un tema cotidiano en oficinas y todo tipo de centros
de trabajo. Jefes que, una vez empoderados, abusan de sus subordinados.
Funcionarios de alto nivel que usan la violencia desde sus posiciones de poder
para lograr sus fines de beneficio personal.
En todos los casos, fallan los mecanismos institucionales para
contener la violencia. Quienes rodean a los violentos se vuelven cómplices, con
su silencio, de las tropelías que
cometen.
Las autoridades encargadas de la seguridad pública,
hoy en día militarizadas a nivel nacional, han fracasado para contener la violencia de
los criminales organizados.
Las autoridades de salud, responsables de la muerte
de cientos de miles de mexicanos, siguen impunes y continúan haciendo de las
suyas, sin importar las muertes ya sea en un quirófano bañado por goteras, en
un elevador sin mantenimiento donde murió prensada una niña o por la simple
carencia de medicinas y vacunas a nivel nacional, produciendo miles de víctimas
por falta de atención médica.
La sociedad se ve impedida de contener toda esta
violencia porque, por ejemplo, no tiene las armas para defenderse de los
criminales que matan, extorsionan, secuestran, cobran derecho de piso, etc. Tampoco
las soluciones institucionales han sido eficaces. La impunidad prevalece y no
hay justicia para los agraviados.
El surgimiento de movimientos de autodefensa en
lugares como Michoacán y Guerrero es una solución desesperada ante la
incapacidad del Estado mexicano. ¿Será ese el camino que deba seguir la
sociedad, armarse, entrenarse, crear grupos paramilitares para defenderse de
los criminales? ¿Hace falta en México un
Bukele o un Duterte para frenar a los delincuentes?
Pero hace falta combatir no solo a la violencia
externa que nos acongoja, sino también a la violencia soterrada que ocurre
dentro de las familias, en las escuelas, en los centros de trabajo, en las oficinas
regenteadas por desquiciados.
La sociedad mexicana anhela paz y tranquilidad en
todos los ámbitos de la vida. Estamos viviendo una escalada de violencia, desde
la confrontación, la amenaza y el insulto que diariamente emite el presidente
de la República desde sus conferencias mañaneras, hasta la violencia cotidiana familiar y en los
centros de trabajo.
Tendremos que ser conscientes de cuando nosotros
mismo ejercemos violencia para controlarla, y de cuando los que nos rodean la
ejercen, para no permitirlo. Habrá que empezar en nuestra inmediatez y seguir
luego por exigir a las autoridades que arreglen esta situación de violencia de
la que estamos rodeados. Será una tarea monumental para el próximo presidente
si no queremos que el país se acabe de incendiar y una tarea retadora en
nuestro entorno, para no consentirla.
Pero es un hecho que los mexicanos merecemos vivir en paz y sin
miedo.
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