Por: Octavio Díaz García de León
Está por terminar un sexenio, quizá de los más polémicos en varias
décadas y se percibe un ambiente de mal humor en la sociedad, el cual se
refleja en lo que leemos, escuchamos y vemos en las redes sociales y los medios de
comunicación.
Quizá se deba al cansancio por cinco años de polémica y confrontación,
de repetición de mentiras y clichés y de dividir a la sociedad. Todo ello a
partir de las conferencias matutinas del presidente López Obrador.
Incluso el buen humor de las mañaneras, involuntario en algunos casos,
o deliberado con fines de entretenimiento, ya se ha ido perdiendo. También allí, el mal humor está desplazando a la
alegría y al optimismo con la que este gobierno inició, en función de las grandes esperanzas que tenía la población que
votó por él.
Mal humor que deriva también de la falta de resultados tangibles en
muchos frentes, no solo de este gobierno, al que 30 millones de ciudadanos le
dieron la confianza de que podía cambiar las cosas, sino por décadas previas en
que los avances han sido magros y disparejos. Por ejemplo, al igual que la
década perdida de los ochenta, no se espera que haya crecimiento económico en
el actual sexenio.
Mal humor por la tarea que implicará reconstruir áreas y servicios clave
del gobierno, tales como la seguridad pública, la educación y los servicios de
salud que proporciona el Estado o bien, en general, revertir el debilitamiento
del aparato gubernamental afectado por los programas de austeridad. Todo lo
cual tomará mucho tiempo volver a reconstruir o sustituir por alternativas
privadas que suplan sus deficiencias.
No recuerdo otro sexenio similar desde el gobierno de Luis Echeverría. Su
gobierno fue bastante contradictorio: manejaba un discurso supuestamente de
izquierda mientras combatía con dureza a la guerrilla comunista. Propició un estatismo
cada vez mayor, a la vez que protegía a la industria nacional que hacía
productos de mala calidad y caros, al mantener cerradas las fronteras. Con su populismo
atrajo la simpatía de los segmentos de población con menores ingresos , pero no
los sacó de la pobreza; sus programas de
asistencia social solo servían para hacerlos dependientes del PRI y
convertirlos en sus clientelas. Se confrontó con algunos empresarios poderosos mientras
benefició a empresarios compadres que se enriquecieron con sus proyectos
faraónicos. Tenía un discurso cotidiano que rayaba en la verborrea, el cual
acaparaba la atención de todos los medios de comunicación. Al final de su
sexenio, con una fuerte recesión económica y una devaluación significativa del
peso, había ya un gran hartazgo y mucho mal humor que solo mejoró con el cambio de presidente.
El mal humor se estará acentuando conforme las campañas políticas
aticen el fuego de la indignación popular al tratar de exponer todo lo que
ocurrió mal en esta administración. Incluso los candidatos del partido del
presidente, si quieren tener credibilidad y proponer una evolución que no sea
más de lo mismo, tendrán en algún momento que pintar su raya.
También hay mal humor por algunos aspectos en donde las carencias y fracasos
en la gestión gubernamental son más notorios. Por ejemplo, el pésimo manejo del
sector salud en general. La pandemia produjo más de 800 mil muertos y a la
fecha sigue siendo un peligro potencial por falta de vacunas. Pero la
desaparición del Seguro Popular y el desmantelamiento de un sistema de
adquisiciones de medicinas que funcionaba bien, han creado una crisis de
dimensiones incalculables.
Mal humor y también miedo, genera el fracaso en la seguridad pública
ante los avances del crimen organizado. La geografía nacional está manchada de
inseguridad y los niveles de violencia alcanzan niveles no vistos antes.
Mal humor por el intento de ideologizar la educación a través de los
libros de texto y suprimir de la enseñanza básica, conocimientos y habilidades
que los niños requerirán en le futuro para competir con éxito en un mercado
laboral global y ante el embate de la inteligencia artificial.
Hace falta cambiar el humor nacional. El cambio de sexenio seguramente
traerá una dosis de mejor humor al darle el beneficio de la duda al nuevo presidente.
Pero antes habrá que escoger con mucho cuidado a quien vaya a conducir los
destinos del país. Votar por gobernantes que nos regresen el optimismo y el
buen humor pero que también demuestren que saben gobernar y atender los
problemas más graves del país.
Habrá que salir del ambiente sombrío en que está sumergida una buena
parte de la sociedad después de tanto ataque y polarización y emprender un restañamiento
de heridas con optimismo. Por lo pronto
la aspirante a la candidatura del Frente Amplio por México, Xóchitl Gálvez,
está regresando el optimismo a buena parte de la población que no encontraba buenos
candidatos en la oposición, salpicando
con una fuerte dosis de buen humor e ironía la contienda presidencial.
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