Por: Octavio Díaz García de León.
La idea: Para una buena parte de la humanidad, una
meta en la vida es ser feliz. Sin embargo, cada persona tiene una idea diferente
de cómo ser feliz. Lo que sí puede ser común a todos es la dificultad para
lograr la felicidad. ¿Y si consideramos que podemos vivir mejor aceptando las
cosas como son, en lugar de buscar una felicidad, la más de las veces, inalcanzable?
La
felicidad es un estado de ánimo. Estar
feliz es diferente a ser feliz. Estar feliz es algo inmediato que se
experimenta en el presente. Implica sentirse bien, contento, alegre, optimista.
Por otra parte, ser feliz es un estado ideal al que se aspira a lo largo de la
vida.
Se promueve la búsqueda de la felicidad como meta vital,
lo cual se ha convertido en un gran negocio porque se hace creer que la
felicidad se logra acumulando bienes, consumiendo experiencias, realizando viajes
y otros satisfactores que mueven a la economía.
Por otra
parte, una manera de ser infeliz es estar deprimido. Este estado de ánimo se
caracteriza por el desaliento, la tristeza, el pesimismo, por estar a disgusto,
angustiado, etc. Suele ser incapacitante
y en su versión extrema, llevar al suicidio.
Aldous Huxley en su gran novela “Un Mundo Feliz” propone
una sociedad que marcha a la perfección dentro de un orden perfectamente preestablecido.
En ella, la felicidad es parte del diseño social para mantener a todos dóciles
en ese mundo perfecto. Sin embargo, no habían podido impedir genéticamente que
las personas estuvieran tristes o deprimidas y para ello inventan el Soma,
la píldora de la felicidad.
En la actualidad se puede decir que ya existe un
equivalente al Soma en la figura de los antidepresivos que se volvieron
populares con el legendario Prozac y de los cuales ahora existen una gran
variedad. Sus funciones son parecidas al
Soma: tener a la gente feliz y productiva sin cuestionar el estatus quo.
En un artículo reciente de la filósofa y
psicoanalista Julie Reshe, “Realismo
Depresivo” (https://aeon.co/essays/the-voice-of-sadness-is-censored-as-sick-what-if-its-sane), cita a Heidegger
quien dice que “debemos de vivir de una forma inauténtica en nuestras vidas
cotidianas, inmersos en nuestras tareas
rutinarias, problemas y preocupaciones, de tal forma que la conciencia de nuestra
futilidad y falta de sentido de la existencia sea silenciada por el ruido
cotidiano. La vida auténtica solo puede ser descubierta mediante la ansiedad.
Entonces podemos ser autoconscientes y empezar a pensar libremente, rechazando
la ilusión que la sociedad trata de imponer en nosotros”.
Peter Wessel Zapffe, citado en dicho artículo, dice que
la conciencia humana está sobre desarrollada lo cual resulta en angustia
existencial. Para sobrevivir, la humanidad debe suprimir ese exceso de
conciencia para tener una vida “saludable y normal”.
Reshe menciona estudios recientes que han demostrado que la tristeza
refuerza el pensamiento crítico; ayuda a reducir el sesgo para juzgar, mejora
la atención, incrementa la perseverancia y en general promueve un estilo de
pensamiento más escéptico, detallado y con mayor atención. En contraste, los estados de ánimo positivos, desalientan el
pensamiento sistemático y la gente es más susceptible a seguir la corriente y a
cometer más errores por sus sesgos de pensamiento.
Dice la autora que la incesante búsqueda de felicidad y la imposibilidad de lograrla nos daña cada vez más. Sugiere explorar una
realidad sin ilusiones para liberarse de una falsa positividad.
La sociedad requiere individuos que funcionen bien dentro del mecanismo
social. Todo aquello que lo impida se ve como una enfermedad o una anormalidad.
Para lograrlo, la industria farmacéutica se ha vuelto una pieza clave produciendo
drogas que ayudan a modificar el comportamiento de las personas para volverlas
“normales” e incluso, más productivas.
Si bien, en casos de enfermedad mental grave salvan vidas, aplicados a
personas relativamente normales, las hacen alcanzar estados de felicidad y
productividad artificiales. Así, las personas logran rendimientos más elevados en
el trabajo o en el desempeño físico.
Como se desprende del libro de Huxley, el mundo feliz no es tal. A
cambio de la uniformidad y la felicidad artificial se pierden cualidades únicas
de los seres humanos. En ese sentido, la tristeza es una emoción que, si bien para
la vida productiva puede no ser útil, es necesaria para una vida interior más
completa y, como indica Reshe, para apreciar mejor la realidad.
En lugar de evitar la angustia y la tristeza, estas se pueden convertir
en una fuerza positiva que ayude a liberar al individuo de las cadenas que
impone una sociedad que busca individuos “normales”, adaptados a un orden preestablecido,
centrado en el dominio de las élites y la economía y no centrado en la persona,
tal y como sucede en la novela de Huxley.
Quizá reconocer que vivimos en un mundo infeliz, como lo sugiere Reshe,
nos haga vivir mejor o por lo menos, no vivir engañados buscando una felicidad
inalcanzable.
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