Por: Octavio Díaz García de León
La idea: El gobierno federal ha
crecido en áreas donde no se justifica y por otra parte tiene carencia de recursos en actividades
clave. Con el arranque de este sexenio sería oportuno que se realice un
diagnóstico para determinar donde se podría reducir gasto y recortar personal a
la vez que reforzar áreas prioritarias.
El
gobierno federal tiene un aparato burocrático enorme y a pesar de ello no ha
podido ofrecer buenos servicios educativos, de salud y seguridad pública ni
infraestructura de calidad como carreteras, ferrocarriles, puertos y
aeropuertos. Y es en estos sectores
donde se concentra la mayor parte del gasto del gobierno.
También el
gobierno ha demostrado ser un mal empresario pues PEMEX y CFE están prácticamente
en quiebra por exceso de personal, contratos colectivos muy onerosos y
problemas graves de corrupción.
Por otra
parte, han proliferado nuevos organismos y nuevas estructuras burocráticas.
Algunos derivados de que anteriores legislaturas creían que los problemas del país se arreglan
con más burocracia y en otros casos por simple inercia.
También se
ha abusado de la creación de plazas temporales y esquemas de outsourcing que han elevado el gasto
en personal. A pesar de este crecimiento
en empleados, no se ha logrado dar servicios de calidad a la población.
Ejemplos
hay muchos. Recientemente, Clara Luz Álvarez publicó un artículo (https://www.reforma.com/aplicacioneslibre/preacceso/articulo/default.aspx?id=146929&urlredirect=https://www.reforma.com/aplicaciones/editoriales/editorial.aspx?id=146929) sobre PROMTEL, un organismo de gobierno del sector
telecomunicaciones, en donde expone buenas
razones por las cuales no debería existir esa institución y propone su
desaparición.
Hace
algunos años tuve oportunidad conocer algunos programas de la Secretaría de
Economía. Varios de ellos en el Instituto Nacional del Emprendedor, cuyos
recursos en 2018 ascienden a 2,630 millones de pesos para apoyar a empresas
pequeñas. Estos apoyos no llegan a más
del 1% de las cinco millones de MIPYMES y en cantidades muy pequeñas por
empresa. El impacto de estos programas es mínimo.
Lo que es
peor, una buena parte del dinero se queda con los gestores de estos apoyos, ya
que las reglas de operación son complicadas para los microempresarios e incluso
se pueden prestar a actos de corrupción.
Así como
estos casos podrían ser ejemplos de burocracia innecesaria o poco eficaz, en todo el gobierno federal existen áreas de
oportunidad para reducir el gasto. Programas que no alcanzan a tener impacto
suficiente en la población objetivo o que simplemente no sirven para lo que se
supone fueron diseñados.
Las
burocracias privadas o públicas se alimentan
de una inercia propia en donde se auto justifica su existencia y ellas mismas propician su crecimiento. No conozco a un
funcionario público que diga que puede hacer el trabajo con menos recursos. Al
contrario, siempre requieren más.
En parte tienen
razón, por la creación constante de
nuevos organismos y nuevas atribuciones para el gobierno, ya sea por el
Congreso o por instrucciones del presidente y sus secretarios, con lo cual
se va incrementando el trabajo y la
necesidad de contar con más estructuras.
Es pues
oportuno, ahora que inicia el sexenio en el que se busca austeridad en la
función pública, realizar un diagnóstico
que permita encontrar esas áreas de gasto en exceso que dan pocos resultados, reducirlas
y desaparecer programas e instituciones que son ineficaces. También abstenerse
de crear nuevas tareas y organismos.
Una de
las razones por las cuales es difícil
saber si las instituciones de gobierno son eficaces y eficientes es que carecen
de objetivos y metas adecuadas que permitan medir si cumplen con su misión. Por
lo general, los objetivos que plantean
son muy vagos o de carácter muy general con lo cual no se puede saber si
están sirviendo de algo a la sociedad.
En el
sector privado es más sencillo, pues si
no cumplen con algunos objetivos clave, las empresas quiebran y desaparecen. Por
ejemplo, metas de rentabilidad, flujo de efectivo, apalancamiento,
participación de mercado, crecimiento en ventas, etc. Como estos son
indicadores medibles y comunes, se establecen
metas con facilidad y se piden cuentas a los gerentes, a quienes, si no
cumplen, no se les pagan incentivos o son despedidos.
Si se
pudiera llegar a métricas universales e igual de sencillas de calcular en el
sector público, aunados a una rendición de cuentas apropiada, se podrían tener gobiernos
que le agreguen más valor a la sociedad.
Hoy en
día los presupuestos son básicamente inerciales. Al del año pasado se le agrega
o se le quita determinado porcentaje sin saber el impacto social que tendrán.
Si se
sometiera a los programas, unidades administrativas de secretarías, organismos
desconcentrados y descentralizados a un análisis de su costo-beneficio se podrían encontrar aquellas
que sería mejor desaparecer o reducir y a cuales reforzar.
Partiendo
de este análisis se podría construir un presupuesto
base cero, determinando con precisión
los recursos que se van a necesitar para producir los resultados buscados. Con
ello, tener una rendición de cuentas que permita sancionar a los funcionarios
que no cumplan con los planes, tal y como ocurre en la iniciativa privada.
Ahora que
empieza la nueva administración podría ser oportuno revisar el gasto con un enfoque de
costo-beneficio. Desaparecer aquél que no se justifica y reorientar los
recursos que se gastan ineficazmente hacia
donde se requieren con mayor urgencia, como lo son las áreas de salud,
seguridad pública y creación de infraestructura.
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