Por: Octavio Díaz García de León
En
los últimos años han venido creándose organismos del gobierno federal a los cuales la Constitución
les ha dado autonomía. De tal forma que a los tres poderes se han agregado
alrededor de 15 instituciones autónomas, sin contar a las universidades públicas. La mayoría no son de nueva creación sino que
se montaron en órganos ya existentes que dependían del Poder Ejecutivo y se les
ha dado mucho más recursos. Sus órganos de gobierno, ya con plena autonomía, han
tenido la posibilidad de contratar más personal, mejorar los sueldos y prestaciones
para ellos y sus colaboradores y han podido usar los recursos a su cargo con
menos restricciones. Esto se debe en parte a que antes los fiscalizaba la
Secretaria de la Función Pública a través de sus órganos internos de control (OIC)
y con la autonomía ha dejado de hacerlo.
No
está mal que tengan más personal y ganen más,
después de todo hay un mercado laboral muy competido y riesgos de
corrupción muy elevados, pero desafortunadamente la autonomía y las mejores
condiciones para sus funcionarios no han
mejorado significativamente los
resultados que estos organismos le dan a la sociedad ni se han reflejado en beneficios
tangibles para la población. Inclusive la percepción es que los resultados de algunos
de ellos han sido más pobres que cuando no eran autónomos, tenían menos empleados,
peores sueldos y menores recursos a su disposición.
Pero
no es que los organismos autónomos hayan actuado de manera contraria a las
normas. Sus órganos de gobierno han
actuado conforme a lo que consideran son los mejores intereses de quienes laboran
en dichas instituciones para alcanzar su mandato. Al final de cuentas sus
presidentes informan directamente al Congreso de sus actividades y la Cámara de
Diputados les autoriza sus presupuestos, sus sueldos y prestaciones. Quien
realmente no ha sido meticuloso en revisar la actuación de estos organismos y
sus evaluaciones han sido solo rituales sin profundidad, es el propio Congreso Federal. En publicaciones
anteriores mencionaba como el Congreso
no ha sido un verdadero contrapeso al poder Ejecutivo y la historia se repite con
los organismos con autonomía constitucional ahora que se han multiplicado y
crecido sin mayor control.
La
llamada reforma constitucional anticorrupción del 27 de mayo de 2015 le dio
atribuciones a la Cámara de Diputados para “designar, por el voto de las dos terceras partes de sus miembros
presentes, a los titulares de los órganos internos de control de los organismos
con autonomía reconocida en esta Constitución que ejerzan recursos del
Presupuesto de Egresos de la Federación”. El mandato para nombrar
a estos titulares de OIC ya existía en la propia Constitución para organismos
tales como la Comisión Federal de Competencia Económica (COFECE) y el Instituto
Federal de Telecomunicaciones (IFT), entre otros. Sin embargo la Cámara de
Diputados ha sido omisa durante más de dos años para nombrar titulares de estos
OIC´s.
Ante
el crecimiento de los presupuestos, el número de personal que allí labora, la
mejora de sueldos y prestaciones y el gasto en consultorías, vehículos y otros
aspectos que podrían ser superfluos, es necesaria una mayor vigilancia por
parte del Poder Legislativo a estos organismos.
Por ejemplo, notas periodísticas (http://www.reforma.com/aplicacioneslibre/preacceso/articulo/default.aspx?id=677627&v=2&po=4&urlredirect=http://www.reforma.com/aplicaciones/articulo/default.aspx?id=677627&v=2&po=4) dan cuenta de este fenómeno
para el presupuesto 2016.
Para
implementar la facultad que se le dio a la Cámara de Diputados de nombrar
titulares de OIC´s en organismos autónomos, en algunos casos requiere que se
modifiquen leyes secundarias. Por ejemplo, en el caso del INEGI, en donde su actual normatividad
prevé que el contralor será nombrado por su junta de gobierno, deberá ser modificada
para que dicho nombramiento venga de la Cámara de Diputados. Otro caso es la PGR
que una vez que se convierta en Fiscalía General de la República, la Cámara de
Diputados deberá nombrar al titular del
OIC. Por cierto, en este caso se podría
aprovechar para unificar en una sola
instancia fiscalizadora al OIC y a la Visitaduría General con el consiguiente
ahorro de recursos.
Algunos
de los organismos autónomos presentan riesgos de corrupción importantes no
tanto por cómo manejen sus presupuestos, sino por las decisiones que toman. Por
ejemplo, el presupuesto de la COFECE no llega a los $500 millones de pesos al
año pero cada decisión que toman sus comisionados puede afectar intereses
económicos cuyo impacto se mide en miles de millones de dólares.
Para
logar una rendición de cuentas adecuada
de estos organismos autónomos es necesario que la Cámara de Senadores
profundice en el análisis del desempeño que han tenido y ver si están
cumpliendo realmente con su cometido. La Cámara de Diputados, por su parte, deberá nombrar a la brevedad posible a los titulares de los OIC para que la auxilien en
la fiscalización de estos organismos. Estas designaciones deberán realizarse mediante un proceso de selección que
privilegie la experiencia, la preparación y
la probidad de los candidatos. Que se sometan los candidatos a un proceso exhaustivo de control de confianza
donde se verifique su situación socioeconómica, se les someta a polígrafo, se apliquen pruebas
psicológicas y se haga una revisión de sus
antecedentes profesionales.
Ya
que el Congreso ha creado tantos organismos autónomos nuevos, ahora es
necesario y urgente que el propio
Congreso exija rendición de cuentas, prevenga actos de corrupción y fiscalice adecuadamente el gasto de estos
organismos autónomos.
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