Por: Octavio Díaz García de León
Twitter: @octaviodiazg
México no ha tenido
presencia militar fuera de su territorio desde el Imperio de Iturbide cuando
trató de consolidarse como una potencia regional. Las luchas internas, invasiones extranjeras y un vecino demasiado poderoso, han debilitado a las fuerzas armadas y alejado
a México de cualquier papel que involucre el uso de la fuerza en el extranjero.
Pero el mundo ha cambiado y quizá sea tiempo de revisar la Doctrina Estrada,
que data de 1930, pues las amenazas en el mundo ya no provienen solo de estados
nacionales con los que se puede usar la diplomacia sino de grupos terroristas,
ejércitos religiosos radicales y delincuentes sin nación.
El debilitamiento de
las fuerzas armadas también tuvo su razón política. Durante todo el siglo XIX y
principios del XX, incontables jefes militares se rebelaron contra los
gobiernos establecidos. A partir de Miguel Alemán los gobiernos en turno se
encargaron de reducirlas y dedicarlas a labores internas, con carácter ceremonial y humanitario para ayudar a la población en caso
de desastres. Díaz Ordaz vino a violentar ese esquema al usar al Ejército para acabar
con las protestas estudiantiles de 1968.
El exceso de fuerza usado contra estudiantes desarmados fue un error que manchó
a dicho gobierno. También la guerra fría hizo innecesario cualquier
intento de fortalecer a las fuerzas
armadas. Los Estados Unidos no iban a permitir que el país se convirtiera en un
satélite soviético. En esa época las fuerzas armadas fueron usadas para
combatir los pequeños intentos de subversión comunista. Más recientemente, fue necesaria su intervención ante el
levantamiento zapatista en Chiapas, el
cual, más que una amenaza al Estado Mexicano,
fue una provocación. Afortunadamente el exceso de uso de fuerza contra los zapatistas se detuvo pronto
y se evitó una tragedia mayor. En los últimos 8 años se ha recurrido de nuevo a
ellas para apoyar la lucha contra la delincuencia, ante la notoria incapacidad
de las policías.
Pero el hecho de que
no tengamos una fuerza militar o naval que
tenga presencia en el mundo, no quiere decir que no la necesitemos. Quizá así piensen los Estados Unidos, por
ejemplo. Llama la atención que el comandante
del Comando Norte de Estados Unidos, Bill Gortney, quien dirige las operaciones
militares de ese país en el hemisferio norte de nuestro continente, haya llegado a México este viernes 13 y lo
primero que hizo fue comerse unas hamburguesas con miembros del Escuadrón 201, la última
fuerza expedicionaria que haya enviado nuestro país a combatir en una guerra, hace más de 70 años. ¿No será que desean un
México más activo en cuestiones militares y añoran cuando México era capaz de
enviar al extranjero una fuerza militar
por modesta que fuese? Hace unos días, escuché
un comentario de funcionarios de un gobierno europeo manifestando el deseo de
tener un México más activo en las tareas militares mundiales, quizá hasta con
la posibilidad de que se incorpore a la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (http://www.nato.int/nato-welcome/index.html).
Quizá nos suene muy extraño pensar que nuestro país pueda llevar
a cabo intervenciones militares en el extranjero. No creo que la limitación sea
solo la Doctrina Estrada, la cual defiende el principio de no intervención y la
solución pacífica de las diferencias internacionales, sino porque no podemos vernos como actores
relevantes en el contexto internacional al estar tan ensimismados con nuestros
problemas domésticos. También deben pesar los fantasmas de aquellos malos militares que alguna vez asolaron con
sus rebeliones a nuestro país. ¿Será que a los políticos profesionales les da
miedo fortalecer a nuestras fuerzas armadas o será que las instituciones
democráticas son aún muy frágiles?
Pero ante este nuevo contexto
internacional, México requiere cambiar 180° el enfoque hacia su doctrina de seguridad
nacional que ha estado volcada hacia adentro exclusivamente; que ve solo amenazas internas y no externas; y que no alcanza a diferenciar entre los problemas
de seguridad pública y los de seguridad nacional.
Si bien la prioridad
es pacificar a nuestro país que actualmente
sufre una guerra de baja intensidad con un promedio de 50 homicidios diarios, ésta
tarea debe caer en manos de la Gendarmería o la Policía Federal a las que hay que fortalecer urgentemente. Las policías locales, ante su
fracaso evidente, quizá se deberían
dedicar solo a vigilar el tránsito. Las
fuerzas armadas tampoco deberían participar en este esfuerzo.
México debe
fortalecer su Ejército, Fuerza Aérea y Marina Armada de manera que pueda actuar
en un contexto internacional. Por el tamaño de su población y de su economía,
nuestro país tiene un papel relevante que jugar en el contexto mundial. Si bien hay naciones como Japón que han
podido vivir a la sombra de Estados Unidos sin necesidad de un ejército, esto
está cambiando con el creciente poderío de China y la amenaza de Corea del
Norte; sobre todo debido al
resurgimiento de un Islam medieval
enfrascado en nuevas guerras religiosas como lo demostraron los atentados de
este viernes 13 en París.
El problema no es la
falta de recursos como lo demuestra el presupuesto federal 2016 recién aprobado, sino que el dinero se
dedica a satisfacer clientelas, no a dar
resultados y se pierde en corrupción, ineficacia
e ineficiencia. El dinero, si se usara bien, podría alcanzar para poner a México en el mapa
de las naciones con influencia en el mundo.
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Twitter: @octaviodiazg http://heraldo.mx/tag/todo-terreno/ Correo: odiazgl@gmail.com
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