Por: Octavio Díaz García de León
Hay libros que sacuden la conciencia de amplios
segmentos de la población. En Francia causó conmoción la publicación de la
novela “Sumisión” de Michel Houellebecq justo el 7 de enero de 2015, día del
atentado cometido por terroristas islámicos contra el semanario Charlie Hebdo
que costó la vida a 12 personas e hirió a otros 11. La novela presenta un
escenario donde un partido político islamista toma el poder en ese país y va transformando a Francia en un país musulmán con la consecuente pérdida de
libertades individuales, el sometimiento a las costumbres misóginas de esa
religión, el abandono del laicismo y la represión por motivos ideológicos,
entre otros efectos. El libro tocó una fibra sensible tanto en aquellos franceses
que temen que efectivamente eso pueda suceder como en aquellos que lo sintieron un ataque
contra las minorías musulmanas de ese país.
En México, tan acostumbrados a que ocurran tragedias, un novelista tendría que esforzarse
para encontrar un tema que causara verdadero
desasosiego. Por ejemplo: convertirnos en una narco república; sufrir una
invasión de un Estados Unidos presidido por Trump; recibir un ataque de Guatemala
reclamando a Chiapas; padecer un terremoto que devastara la ciudad de México de
nuevo; surgir una pandemia de virus aviar que acabase con la décima parte
de la población. Para efectos de este artículo no vayamos tan lejos.
Supongamos que estamos en enero de 2020. Desde finales de 2015 creció el desencanto con el gobierno en
general por su impotencia ante los problemas de inseguridad, por una corrupción rampante, la ingobernabilidad
en ciertos estados, la mayor violencia de la delincuencia organizada y una
economía en franco decrecimiento. La población atribuía los problemas no solo
al gobierno sino a los partidos políticos.
Por ello no fue de extrañarse que en 2016
surgiera un candidato independiente asociado al zapatismo, con un discurso que empezó a serle atractivo a las masas.
Prometía muchas cosas: repartir la riqueza de los que más tienen; ayudar a los
pobres con dádivas directas; instaurar un seguro de desempleo muy generoso; que el gobierno diera empleo a millones de
desempleados; “nacionalizar” bancos, transporte aéreo, afores y dar marcha
atrás a la reforma energética; recuperar la seguridad con mano dura; meter a
los corruptos a la cárcel sin juicio. Sus promesas eran más radicales que las
de otros políticos, pero el personaje
tenía un enorme carisma, usaba un lenguaje bronco, retador, insultante, que recogía muy bien las frustraciones de la
población.
En las elecciones de julio de 2018, los
partidos políticos, desconectados del electorado, presentaron candidatos poco atractivos:
el PRI, a Manlio Fabio Beltrones; el PAN, a Rafael Moreno Valle; el PRD,
a Jesús Ortega; MORENA, a López Obrador;
El PVEM, a Arturo Escobar; Movimiento Ciudadano, a Enrique Alfaro. Entre todos ellos solo obtuvieron el 48% del voto emitido. El
candidato independiente ganó con un 52% del voto lo que le daba un claro
mandato. En el Congreso las cifras fueron parecidas y los candidatos asociados con el candidato independiente lograron
mayoría. Lo mismo ocurrió con las gubernaturas en juego.
A partir de diciembre de 2018 el nuevo
presidente empezó a cumplir sus promesas
apoyándose en un gasto desmedido que pronto desquició las finanzas públicas. De tal forma que para enero de 2020, gracias a
su control del Congreso, ya había
logrado: volver a estatizar todo aquello que se había abierto a la inversión
privada en el sector de energía; nacionalizar la banca ante la fuga de
capitales; quitar la autonomía al Banco
de México e imponer el control de cambios; “nacionalizar” los fondos de las
Afores pasando a ser del gobierno dichos recursos; estatizar las líneas aéreas y
las empresas de telecomunicaciones; desaparecer a los partidos políticos y con
ello al Instituto Nacional Electoral y al Tribunal Electoral del Poder Judicial
de la Federación ante el regocijo de la
gente; quitar la autonomía a todos los órganos del estado que la tenían,
despareciendo a algunos como el IFT y la COFECE.
En consecuencia, para cubrir el enorme gasto social que
impulsó, la deuda externa superó al 100% del PIB; sin las trabas de un Banxico
autónomo, la inflación se disparó a más del 120% anual; hubo una salida masiva de capitales y de las personas
con capital suficiente para ser
admitidas en otros países. Hubo muchas otras consecuencias que sería largo de
enumerar pero que ustedes imaginan. Ello
provocó descontento en las clases alta y media alta por el caos económico, pero gracias al reparto de dinero y los
programas asistenciales, el resto de la población aceptaba sumisa al nuevo presidente.
Las fuerzas militares se mantenían leales al gobierno legítimamente elegido.
Si piensan que estoy describiendo un panorama
descabellado, recordemos que la
situación descrita era similar a la vivida en la década de los setenta y ochenta
del siglo pasado.
Este escenario no debe estar tan errado porque
recientemente el presidente Peña dijo que había que combatir al populismo. Su
reto será hacerlo no en el terreno electoral, sino en los hechos de gobierno. Ya
nos demostró la elección en Nuevo León que en pocos meses puede surgir un
candidato independiente que catalice el descontento de la población contra
gobiernos y partidos corruptos. Si para
los franceses un escenario preocupante
es caer en manos de un gobierno islamista, para México un escenario desastroso
sería regresar al populismo.
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