El Palacio de
Lecumberri, construido a fines del siglo XIX e inaugurado en septiembre de 1900
por el Presidente Porfirio Díaz, fue una de las cárceles más avanzadas de su
tiempo. Su arquitectura está basada en el concepto de panóptico propuesto por
el inglés Jeremy Bentham en 1791 y puesta en práctica por primera vez en
Estados Unidos y Francia a principios del siglo XIX. Bajo este concepto cada preso estaba aislado de los
demás y en observación permanente por los guardias. Se pasa así de calabozos
oscuros y aglomerados a un concepto de aislamiento con vigilancia constante y el
cual requiere pocos vigilantes.
El Palacio de Lecumberri
está formado por un edificio al frente que alberga al gobierno de la cárcel y
siete galerías de celdas con dos pisos, construidas en forma de estrella
convergiendo al centro a una torre de vigilancia. Desde esa torre se podían ver
las puertas de todas las celdas de la prisión porque las galerías están construidas
en dos líneas que convergen ligeramente hacia el fondo. Tenía 804 celdas, cocina,
talleres, servicio médico y panadería. Originalmente cada celda albergaba a un
solo preso. La celda tenía dos ventanas, una mirando hacia el exterior y otra
hacia la torre con lo cual estaba muy bien ventilada, tenía una cama y un
sanitario. Este original WC no tenía palancas ni cadenas para remover los
desperdicios, para evitar que los presos las usaran para otros propósitos, sino que un sistema automático limpiaba todos
los baños de la prisión cada cierto tiempo. Tenía además dos patios de
ejercicio al aire libre en donde los presos realizaban sus ejercicios en una
celda aislada. El aislamiento era parte muy importante de este concepto de cárcel modelo.
La prisión como
castigo es una innovación del siglo XIX. Antes de eso, como menciona Michel Foucault en su libro “Vigilar y Castigar”, los castigos eran de otro tipo. En Francia en
1670 eran por orden de importancia: “La muerte, el tormento…, las galeras…, el
látigo, la retractación pública, el destierro”. Más aún, menciona 13 tipos de
pena de muerte todas sumamente crueles. Hacia
el siglo XIX se van erradicando los
castigos corporales hasta predominar la prisión como pena.
Esta tendencia alcanza a nuestro país y
así es que se construye la cárcel de Lecumberri y que sustituye a la cárcel de Belén que tenía calabozos oscuros y
presos hacinados. Con el pasar de los años, Lecumberri se fue deteriorando
debido al hacinamiento, la corrupción,
la arbitrariedad de las autoridades y la falta de interés en los presos, lo
cual le llevó a ganarse una triste fama.
El crecimiento en la población de presos contribuyó a su deterioro llegando a
tener hasta 3800.
En este lugar
hubo muchos presos famosos: presos políticos como Francisco Villa y Heberto
Castillo. También estuvieron allí los líderes del 68, los líderes comunistas,
los líderes del movimiento ferrocarrilero, el muralista David Alfaro Siqueiros
quien dejó allí unos paneles pintados
como escenografía para una obra de teatro y el escritor José Revueltas que escribió la novela “El
Apando” que así se llamaba la celda de castigo en esta prisión. Por cierto muchos
de ellos fueron acusados del delito de disolución social el cual estuvo vigente
de 1941 a 1970 y que fue usado por los regímenes en turno para encarcelar a sus
opositores. También estuvieron presos allí asesinos famosos como Goyo Cárdenas,
universitario y asesino serial de
mujeres.
Hoy en día,
pese a la construcción de nuevas cárceles federales, las prisiones en México tienen
condiciones similares a los que en su peor momento tuvo Lecumberri. Si lo que se pretende es el reducir la
criminalidad, las cárceles han fracasado. Peor aún, se han convertido en
universidades del crimen en donde se entrena a delincuentes que cada vez se
vuelven peores. Foucault documenta las
deficiencias que ya se presentaban en Francia alrededor de 1830 en las
prisiones y de su fracaso para reducir la criminalidad. Dice que es notable que
desde hace casi 200 años “la proclamación
del fracaso de la prisión haya sido siempre acompañada de su mantenimiento”. En
México no tenemos mejores respuestas. La
teoría dice que las prisiones deben ser centros de readaptación social pero no
tenemos ningún indicador que nos diga si ese objetivo se cumple. Más bien
tenemos todos los indicios en contrario. Quienes pasan por allí adquieren tal
resentimiento contra la sociedad que salen a delinquir una vez en libertad con
conocimientos y relaciones criminales que los vuelven más temibles.
Es tiempo de
buscar otras alternativas al encierro de delincuentes. Está por ejemplo la
castración química a los violadores; la prisión domiciliaria con pulseras electrónicas.
También es necesario mejorar los
sistemas de impartición de justicia para que solo vayan presos los delincuentes
peligrosos. Quizá a la manera de lo que menciona la novela “Naranja Mecánica”
del escritor inglés Anthony Burguess, se
deberían buscar mecanismos de modificación de la conducta que impidan la
reincidencia a los delincuentes. Por lo
que respecta al Palacio de Lecumberri, en 1976 finalmente se cierra la
penitenciaría y a partir de 1982 alberga
al Archivo General de la Nación.
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1. Ver una entrada anterior en este mismo Blog. "Castigar o Readaptar a los Criminales" de julio de 2011.
2. "Castigar y Vigilar" de Michel Foucault.
3. "Clockwork Orange" de Anthony Burguess.
4. La página del Archivo General de la Nación y entradas en Wikipedia.
Es posible que los penalistas y que se dedican a estos temas hayan visto el problema de la falta de resultados que da la prisión. Lo que valdría la pena es buscar otras alternativas si partimos de la premisa de que lo que se quiere no es castigar al delincuente sino evitar que vuelva a delinquir y se reinserte a la sociedad. Creo que la visión predominante es que debe ser un castigo. También que tenga un efecto disuasivo en los delincuentes potenciales.
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