Por: Octavio Díaz García de León
Recientemente escuché a una destacada integrante del “Círculo Rojo”
lamentar que la influencia de este grupo de intelectuales en los asuntos
nacionales se ha vuelto irrelevante.
Puedo identificar tres causas principales: primero, las
administraciones de AMLO y Sheinbaum los han confrontado abiertamente; segundo,
la dinámica de formación de opinión ha cambiado radicalmente con las redes
sociales; y, tercero, existe un desinterés creciente de buena parte de la
población por los asuntos públicos.
El término “Círculo Rojo”
apareció a principios de la década de 2000 para distinguir a una élite de
“mexicanos informados” (lectores frecuentes de prensa, académicos, líderes de
opinión) frente al “Círculo Verde”, conformado por quienes consumían mayormente
radio y televisión y participaban poco en el debate público.
Según esta clasificación, el “Círculo Rojo” agrupa a: periodistas y comunicadores con columnas o espacios de opinión en medios
nacionales; académicos y analistas con posgrado en instituciones prestigiosas quienes son autores de
ensayos de diversa índole; empresarios y líderes empresariales cuyas opiniones aparecen en foros, columnas
o financian medios de comunicación; políticos y exfuncionarios con tribuna mediática (legisladores,
excongresistas, exsecretarios, dirigentes de partidos políticos, etc.); líderes
de la sociedad civil tales como directores
de ONG, fundaciones y think tanks.
Su rasgo común es la formación académica avanzada (maestrías o
doctorados) y una trayectoria en puestos de alto nivel, con vínculos estrechos
al poder político y a los dueños de los medios tradicionales. Antes de la era
digital, constituían prácticamente la única fuente de opinión pública. Les bastaba
opinar en periódicos, radio y televisión para influir en el debate nacional
Durante décadas, sus propuestas y críticas fueron recibidas e incluso
cooptadas por los gobiernos. Presidentes de distintos signos políticos les
ofrecían puestos diplomáticos, accesos exclusivos a la Presidencia y apoyos
financieros a sus publicaciones, fundaciones y ONG’s.
Entre los méritos históricos de los integrantes del “Círculo Rojo” cabe
destacar que muchos de sus miembros impulsaron reformas clave para la
consolidación democrática: un INE independiente, la creación del INAI, COFECE,
IFT y otros organismos autónomos, así como leyes anticorrupción que
fortalecieron la rendición de cuentas, entre muchas otras iniciativas.
Esa interlocución se rompió con la llegada de AMLO al poder y ha
persistido con Sheinbaum. Sus gobiernos han promovido su propia red de
“intelectuales orgánicos”, generalmente leales en el discurso pero con menor
reconocimiento académico y ausencia de crítica independiente, confundiéndose a
veces con simples propagandistas.
La conferencista, a la que hice alusión al principio, lamentó que, en
los últimos seis años y medio, todos esos avances se han estancado o revertido.
Se quejó de que sus denuncias sobre la corrupción que se ha dado en ese periodo
y sus críticas a las políticas de la Cuarta Transformación no son atendidas. Por
el contrario, ella y otros miembros de este “Círculo Rojo”, han sufrido
campañas de desprestigio, amenazas, persecuciones y la pérdida de espacios de
opinión en medios tradicionales.
La transformación digital ha erosionado aún más su papel. Con la
fragmentación de audiencias en redes sociales y plataformas en línea, ya no
existe un oligopolio de opinión: miles de blogueros, tuiteros, tiktokeros e
influenciadores compiten por la atención pública.
Esto ha provocado dos fenómenos: mayor pluralidad de voces, lo
cual diluye el peso exclusivo del “Círculo Rojo” y la proliferación de
“mercenarios de la opinión”, pagados
por partidos o intereses particulares para distorsionar el debate y manipular a
audiencias menos racionales. Las audiencias que consumen estos contenidos sin
contar con un juicio crítico para filtrar la información están expuestas a la
manipulación de quienes, sin rigor intelectual, emplean técnicas
propagandísticas reminiscentes de las desarrolladas por Goebbels.
El resultado es un debate público más amplio pero de menor rigor:
mientras los intelectuales del “Círculo Rojo” garantizaban, por su formación,
discusiones más fundamentadas, hoy sus pronósticos y recomendaciones tienen
cada vez menos peso y los opinadores de las redes sociales encuentran cada vez más
adeptos para justificar, en muchos casos, acciones que dañan a la democracia y
al país. .
Por último, destaca la creciente indiferencia ciudadana. Aunque
millones consumen contenidos informativos en redes, la mayoría lo hace como
entretenimiento o para desahogar frustraciones, sin involucrarse activamente en
la política. Tienden a seguir a los influenciadores más persuasivos o
sensacionalistas y a votar según “sugerencias” de esas voces, en lugar de
formarse un juicio propio.
Estamos ante el final del oligopolio de la opinión y el paso a un
espacio digital en el que cualquiera puede opinar sin necesidad de argumentos
sólidos. El poder real hoy recae en quien dispone de mejores recursos y
plataformas para acaparar la atención —incluyendo al propio gobierno—, y ha
dejado al “Círculo Rojo” enfrentando una irrelevancia inédita que los obligará a
reinventarse o a abandonar la tribuna pública.