15 de septiembre de 2024

CONTINÚA LA CUARTA TRANSFORMACIÓN

 

Por: Octavio Díaz García de León

 

     Según la narrativa del presidente López Obrador, México, en su corta vida como nación independiente, ha atravesado por tres grandes transformaciones. Cada una de ellas ha estado acompañada por cambios constitucionales que reflejan las principales características del régimen en turno.

     Durante la primera transformación México experimentó tres formas de gobierno y perdió más de la mitad de su territorio. Inició en 1821 con un imperio efímero encabezado por el consumador de la independencia, Agustín de Iturbide. Este Primer Imperio concluyó con la proclamación de una república federal y la promulgación de la Constitución de 1824. En 1836 se adoptó un régimen centralista con una nueva constitución que duró hasta 1846,  cuando se restauró la Constitución de 1824. Ese periodo se caracterizó por la presencia de un caudillo: Antonio López de Santa Anna,  quien fue presidente once veces,  entre 1833 y 1855.

    La segunda transformación comenzó en 1857 con la promulgación de la Constitución liberal, que provocó una intensa disputa ideológica, llevando a la Guerra de Reforma y al establecimiento del Segundo Imperio Mexicano. Este periodo trajo consigo la invasión francesa, un nuevo imperio y dos figuras políticas que gobernaron México durante 42 años: Benito Juárez y Porfirio Díaz. Juárez fue reconocido como presidente por los liberales desde 1860 y luego, tras la derrota del Imperio en 1867, se mantuvo en la presidencia hasta 1872, prevaleciendo la Constitución de 1857. Posteriormente Díaz gobernó entre 1876 y 1911, salvo un intervalo entre 1880 y 1884.

    La tercera transformación surgió como resultado de la Revolución, tras la renuncia de Díaz y la usurpación de Victoriano Huerta. En 1917 se promulgó una nueva constitución, la misma que sigue vigente, aunque ha sido modificada más de 760 veces. Esta etapa dejó alrededor de un millón de muertos y consolidó a dos caudillos: Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Además,  dio paso a una dictadura de partido que, según Vargas Llosa, sería conocida como la "dictadura perfecta" del PRI, un sistema que perduró 70 años, caracterizado por presidencias sexenales imperiales. Esta transformación terminó con un breve intento de democracia que duró 21 años.

    La “cuarta transformación” está en marcha desde hace seis años encabezada por el presidente López Obrador. Paradójicamente, los cambios más relevantes parecen estar ocurriendo en los últimos días de su mandato, lo que sugiere que estamos ante un proyecto transexenal que podría extenderse durante varios sexenios.

   Para coronar esta “transformación”, la presidenta electa, quien controlará los tres poderes federales y la mayoría de los gobiernos locales, podría fácilmente emitir una nueva carta magna,  consolidando la visión de país  de López Obrador, y cuya influencia política probablemente continúe los siguientes sexenios.

    Pero ¿es necesaria una nueva constitución? En la historia de México, las élites gobernantes han tendido a emitir nuevas leyes como si estas tuvieran el poder de transformar el país. Sin embargo, la realidad es que los gobernantes han utilizado las leyes como herramientas para negociar con oponentes o asegurar apoyos.

 La frase atribuida a Juárez: "A los amigos, justicia y gracia; a los enemigos, justicia a secas", y la expresión de López Obrador: "No me vengan con que la ley es la ley", ilustran cómo el poder se ha ejercido en México, acomodando la ley a los intereses de quienes gobiernan.

   La creación de una nueva constitución o la promulgación de más leyes no cambiaría sustancialmente la realidad del país. En este contexto, quienes necesiten algo del gobierno seguirán recurriendo a la vieja estrategia: "Lo que importa es a quién conoces; la ley y todo lo demás, salen sobrando".

    En un sistema donde la corrupción se concentra en pocas manos, las decisiones se simplifican pues se toman en la cúspide. Así se pueden obtener contratos, eludir leyes o asegurar apoyos, algo que no es ninguna novedad.

   Quienes sepan navegar este sistema piramidal no deberán preocuparse por los cambios en las leyes anunciados recientemente. Los que carecen de contactos o recursos para mover las cosas a su favor, seguirán estando en desventaja, como siempre.  

    Más que verdaderas transformaciones, México ha transitado por una constante histórica en la que el estado de derecho es débil, las instituciones son frágiles, y el Estado no ha logrado consolidarse plenamente. En este escenario, los caudillos y los intereses que los sostienen han predominado sobre las leyes y las instituciones.

    Las reformas promovidas por el gobierno de la “cuarta transformación” parecen más un retroceso que nos aleja de la democracia y el desarrollo económico. Esto es lo que se vislumbra para los próximos sexenios: un México gradualmente más pobre bajo un gobierno paulatinamente más autoritario y con cada vez mayor injerencia de la delincuencia organizada.

2 de septiembre de 2024

INICIA EL SEXENIO DE LA CONTINUIDAD

 

Por: Octavio Díaz García de León

 

     A lo largo de la historia, cuando había un cambio de administración federal,  los presidentes entrantes trataban de marcar diferencias con su predecesor. Desde cambios en el estilo personal, como construir una cabaña en Los Pinos para parecer menos ostentosos, hasta vivir en Palacio Nacional a la usanza de los virreyes. Además, ponían a personas de su equipo en lugares clave del nuevo gobierno.

   Los periodos de transición y los inicios de sexenio daban oportunidad a profesionales de otros grupos políticos para incorporarse a la nueva administración y se abandonaban prácticas que habían dejado de ser populares o perjudicaban a la población. También permitían a los ciudadanos descansar de ciertas costumbres que ya los fatigaban, como los discursos del Tercer Mundo o las mañaneras, así como de los estribillos característicos de los presidentes en turno.

     Muy poco de eso observamos en la actual transición. Quizá desde que Porfirio Díaz entregó el poder a Manuel González y este se lo devolvió, o desde la época de Calles, cuando los presidentes en turno solo eran la fachada del caudillo, no se había visto tanta continuidad en un cambio de gobierno.

    Las señales están a la vista:

    Gabinete: De los nombramientos realizados por la presidenta electa Sheinbaum, la mitad de las personas están muy identificadas con AMLO.

        Agenda legislativa: Las reformas constitucionales que están por aprobarse en septiembre provienen en su mayoría del presidente López Obrador. De las aproximadamente 20 iniciativas, solo tres o cuatro provienen de Sheinbaum. Incluso algunas de las propuestas de AMLO son una manzana envenenada para la próxima presidenta,  como ya se ha observado por las reacciones de mercados financieros, socios comerciales y las protestas populares.

      Disputas internacionales: A un mes de su partida, el presidente López Obrador sigue abriendo frentes de confrontación, ahora con los principales socios comerciales de México: Estados Unidos y Canadá.

         Presupuesto: El presupuesto de 2025 está siendo decidido por el presidente López Obrador con alguna participación de Sheinbaum. Es de esperarse que el Secretario de Hacienda, nombrado por AMLO y ratificado por Sheinbaum, asegure recursos para los proyectos inacabados del presidente saliente (Tren Maya, Dos Bocas, Transístmico, etc. ) y para continuar con los programas de apoyos en efectivo a la población que tan redituables resultaron electoralmente.

     De aprobarse las reformas constitucionales propuestas, que es casi un hecho, le espera al país un sexenio con la mayor concentración de poder en la presidencia. Por su parte, el expresidente gozará también de un gran poder gracias a su dominio del partido MORENA, del Congreso, de los militares y de la mitad del gabinete,   como no se había visto desde los tiempos de Plutarco Elías Calles.

     Estas reformas plantean la posibilidad de desmantelar la democracia en México.  A ello contribuyen:  la mayoría absoluta obtenida en el Congreso por MORENA debido a la sobrerrepresentación; la destrucción del Poder Judicial; el sometimiento de los poderes locales al poder central; la subordinación de los militares, ahora ocupados en tareas civiles, las cuales ofrecen oportunidades de corrupción muy lucrativas; y la desaparición de organismos con autonomía constitucional o la toma de los mismos por personas afines a la presidencia de la república.

      El desencanto con la democracia no es un fenómeno exclusivo de México. En diversos países del mundo, las sociedades rechazan la democracia y eligen a dictadores para que los gobiernen. Además, han surgido regímenes populistas y autoritarios que concentran todo el poder en sus dirigentes.

    De esta forma la destrucción de la democracia avanza en el mundo, sometiendo a los países a la voluntad unipersonal de los caudillos. En estos sistemas, las minorías dejan de tener influencia en la vida pública, y las masas, cooptadas, apoyan su propia destrucción.

     Este proceso tiene un alto costo en términos de derechos humanos, represión, cancelación de derechos políticos y el sometimiento de la población a élites profundamente corruptas. Como ya se ha visto en Venezuela, Nicaragua o Cuba,  ello puede llevar a la destrucción de un país

    Todavía no sabemos cómo actuará la nueva presidenta Sheinbaum teniendo tanto poder, y si el presidente saliente, López Obrador, lo permitirá. Las herramientas para la instauración de un régimen no democrático están por aprobarse o ya se cuenta con ellas. Falta ver si se utilizarán o habrá prudencia.

    Aún existen algunos contrapesos frente al poder absoluto que se avizora para la nueva presidenta y el expresidente: el de la delincuencia organizada, que ya controla grandes territorios del país,  y la presión de Estados Unidos, en caso de que afecte a sus intereses.  Lo más probable es que, tanto con la delincuencia organizada como con Estados Unidos, se continuarán haciendo pactos de convivencia.

    Estamos ante un cambio de sexenio con la mayor continuidad y concentración de poder desde que Calles ponía y quitaba presidentes. Habrá que ver si será para bien o para mal.