Por: Octavio Díaz García de León
Advertencia: Este es un relato de ficción.
El lunes 3 de junio de 2024, el Presidente se asomó al balcón central de
Palacio Nacional. No había dormido casi nada y estaba por salir a su
conferencia matutina para anunciar el triunfo de la candidata oficial. Contemplando
al Zócalo, recordó sus luchas pasadas.
En 1991, para protestar por las elecciones que perdió su partido en
tres municipios de su estado natal; en 1994 para protestar por haber perdido la
elección a la gubernatura de su estado por un margen de 19% del voto, en medio
de irregularidades; en 2006, la más dolorosa quizá, su derrota en las
elecciones presidenciales por un margen muy pequeño, en la que alegó, sin
pruebas sólidas, que hubo fraude.
Evocó cómo en ese 2006 no estuvo dispuesto a que le arrebataran el
triunfo que él pensaba haber obtenido. Bloqueó durante meses Paseo de la
Reforma; se autoproclamó Presidente; nombró un gabinete alterno; sus huestes
estuvieron a punto de impedir por la fuerza, la toma de posesión en la Cámara de Diputados del
nuevo Presidente. Luego, continuó su peregrinaje por todo el país, para
nuevamente ser candidato a la presidencia en 2012. Volvió a perder, pero sería
la última vez.
La noche del 2 al 3 de junio había estado muy agitada. En las primeras
horas de la madrugada, los resultados del PREP daban ya una ventaja importante
a la candidata presidencial de la oposición. Entre un 3% y un 5% de votos más
que la candidata oficial.
La presidenta del INE recibió una llamada de Palacio Nacional a las 2
de la mañana. A las 2.30 a.m. se suspendió la publicación del PREP aduciendo
fallas técnicas por cortes en el suministro eléctrico de la CFE, empresa
dirigida por el Lic. Bartlett. “Se cayó el sistema” fue la explicación escueta.
De nada sirvió la inconformidad de algunos de los Consejeros Electorales.
A las 7 a.m. ambas candidatas se declararon ganadoras. La candidata de
la oposición reclamaba airadamente la caída del PREP y su equipo empezó a publicar
copias de las actas de casillas donde se podía apreciar la ventaja que ya
señalaba el PREP antes de dejar de funcionar.
Para el miércoles 5, el conteo de las actas seguía arrojando una
ventaja para la candidata opositora pero llovían las impugnaciones de las
casillas donde había ganado esta. La oposición levantaba cada vez mas la voz y
las protestas se hacían más numerosas y masivas.
Pero el Presidente no estaba dispuesto a dejar que la oposición
regresara al poder que con tanto esfuerzo había logrado conquistar. El
resultado de la votación era lo de menos. Seguramente, como en ocasiones
anteriores, la oposición había hecho fraude.
Esto, a pesar de que había ejercido
toda la fuerza del Estado a su alcance, utilizando
el reparto de dinero a través de los programas sociales para comprar votos; mediante
las alianzas con la delincuencia organizada para financiar la campaña del
partido oficial y forzar el voto a favor de la candidata oficial en amplias zonas
del país; operando a través de todos los gobernadores del bloque oficial; y apoyándose
en su cercanía con algunos funcionarios clave de las autoridades electorales. El
presidente se asomó al Zócalo una vez más y pensó: “no nos sacarán de aquí”.
En las siguientes semanas, entre
protestas de la oposición y movilizaciones de las dos candidatas, la presión para forzar a las autoridades
electorales a dar un fallo favorable al partido oficial dio fruto. La candidata
oficial fue declarada presidenta electa.
Unos días antes de entregar la banda presidencial, el Presidente
saliente le avisó a la nueva Presidenta que pensaba quedarse en sus
habitaciones de Palacio Nacional hasta que “se calmaran las aguas”, para seguirla apoyando en todo momento. La
nueva Presidenta tuvo entonces que buscar a donde iba a vivir.
La operación extralegal para forzar el triunfo de la candidata oficial se
aplicó también a las elecciones del Congreso y a las locales, donde el partido oficial tampoco había
obtenido mayoría de votos. Fue así como este partido obtuvo la mayoría absoluta
en las Cámaras, gubernaturas y demás
puestos de elección popular. Como en los viejos tiempos del PRI, había
regresado el carro completo, sin importar el resultado de la votación.
Así llegó el primero de octubre entre numerosas protestas, con las
Cámaras, el Zócalo y el Palacio Nacional resguardados por el Ejército y la
Marina. Se llevó a cabo la transmisión de poder sin que la oposición pudiera
hacer gran cosa más que abandonar el recinto de la Cámara de Diputados. Habían
quedado tan pocos diputados y senadores de la oposición, que su ausencia no se
notó mucho.
El día después de la toma de posesión, se encontraba la nueva Presidenta
en el despacho presidencial contemplando dubitativamente la banda presidencial y
el escritorio histórico que estaba ante ella. Sin anunciarse, el expresidente
entró al despacho, se acomodó en la silla de enfrente y le dijo: “Felicidades.
Ahora a gobernar. Pero no te preocupes, aquí estaré todo el tiempo para decirte
lo que hay que hacer. Lo primero, es anunciar que todos los proyectos de mi
sexenio continuarán hasta su terminación.“
A continuación, el expresidente le entregó una relación de las reformas
constitucionales que se requerían y una lista de personas que había que nombrar
en la nueva administración. Luego, le dio una larga lección de historia
recordando el prolongado gobierno de Juárez y cómo Cárdenas se había equivocado
al no apoyar a Mújica. La nueva Presidenta lo escuchó pensativa, cabizbaja, y tomó
nota sin decir casi nada.
Afuera, los ciudadanos reclamaban fraude en las principales ciudades
del país, ese emblemático 2 de octubre, cuando se recordaban los excesos del autoritarismo
de Díaz Ordaz y el PRI en 1968.
Terminada la reunión el expresidente se fue a gozar de los murales de
Diego Rivera y pasó un momento a lo que habían sido las habitaciones de Benito
Juárez. Probablemente él también moriría en Palacio Nacional cuando le llegase
su tiempo. Pero regresar a su rancho, eso no.
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