Por: Octavio Díaz García de León
El presidente López Obrador ha venido criticando la actuación de
organismos que no dependen del Poder Ejecutivo y ha pedido que se les reduzca
el presupuesto o que simplemente se les desaparezca, como fue el caso del Instituto
Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE). Estos ataques van dirigidos
al Poder Judicial, así como a organismos con autonomía constitucional, tales como el INE, el INAI, la COFECE, el
IFETEL, etc. En estas circunstancias han surgido muchas voces para defender a
las instituciones agredidas.
Sin embargo, es necesario reconocer que tienen áreas de mejora en su
manejo interno. Una de sus deficiencias, es que, en algunas de ellas, sus más
altas autoridades las manejan como si fueran de su propiedad, disponiendo
discrecionalmente de sus recursos.
Por ello, no hay que confundir la defensa de las instituciones con la
defensa de quienes las dirigen, algunos de ellos, indefendibles.
Tomemos, por ejemplo, al
Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de
Datos Personales (INAI). Esta institución se fundó en 2003, como IFAI, gracias
a organizaciones de la sociedad civil que consideraron a la transparencia
gubernamental como un derecho fundamental de los ciudadanos y como una
herramienta para mitigar la corrupción, entre otros beneficios. La estatura intelectual
de los comisionados del IFAI y el profesionalismo de quienes allí laboraron, dio
resultados importantes.
El IFAI contaba con una estructura de cinco comisionados y un presupuesto
moderado con lo cual funcionaba bastante bien. La reforma que en 2014 dio
autonomía al IFAI y lo convirtió en INAI, fue un retroceso, al crecer a siete el
número de comisionados, agregarle indebidamente la protección de datos
personales e hinchar su estructura.
A diferencia de la COFECE y el IFETEL, donde se crearon sistemas muy
sólidos de selección de comisionados, para asegurarse que solo llegaran los más
capacitados, el INAI quedó a merced de nombramientos basados en cuotas
partidistas y cuates.
Si bien en el IFAI no existía un servicio profesional, la selección de
nuevos funcionarios públicos y las promociones, se hacían basados en méritos.
En el INAI, sus nuevos comisionados decidieron repartirse las plazas del Instituto
para entregarlas a amigos, parientes y compromisos, aspecto que subsiste todavía.
El INAI cuenta con alrededor de 800 plazas. Tiene en su estructura
cuatro secretarías ejecutivas que resultan excesivas y dos de ellas les fueron
asignadas recientemente por sus pares, a ex comisionados que terminaron sus
encargos, para no dejarlos sin chamba. Cuenta con 27 direcciones generales, algunas
de las cuales no se justifican. Estas plazas se asignan por cuotas de los comisionados,
sin mucha consideración a las capacidades profesionales de los nombrados, con
sus honrosas excepciones, y la repartición se da en cascada hasta los puestos más
bajos del Instituto.
Cuando desde Palacio Nacional iniciaron los ataques al INAI, no hubo
grandes manifestaciones en su defensa como sí las hubo a favor del INE. Esto se
debe a que quien se beneficia de la transparencia es un grupo reducido de
periodistas y académicos. La protección de datos personales sí tiene más
impacto, pero no se ha sabido divulgar su importancia.
Los comisionados del IFAI y luego el INAI, no han podido convencer de la
utilidad que tiene la transparencia y la protección de datos personales para la
mayoría de los mexicanos y eso se refleja en la falta de apoyo social que sufre
esta institución. Algunos comisionados
han preferido dedicar su tiempo a eventos dirigidos a sus “clientes frecuentes”
viajando por todo el país y el extranjero, sin que este activismo, que más
parece pretexto para pasear y salir en la foto, tenga impacto en la mayoría de la
población.
Todo ello ante la falta de contrapesos y una débil supervisión externa.
Existe un consejo consultivo del INAI, cuyo impacto ha sido menor. Se le podría
fortalecer dándole mayores atribuciones de supervisión y rendición de cuentas. Por
otra parte, cuenta con un órgano interno de control autónomo, pero su actividad
está enfocada al control interno de la operación del Instituto.
Es necesario defender a los organismos autónomos para que cumplan con
su función de proteger los derechos fundamentales que resguardan, pero tiene
razón en parte el presidente López Obrador, al criticar los excesos que ocurren al
interior de ellos. En lo que no tiene razón es en como pretende corregir estas
deficiencias.
Urge una revisión a fondo del diseño institucional de estos organismos para
operar con sobriedad. Ya que es difícil que las instituciones se reformen a sí
mismas, sobre todo cuando implica que sus directivos pierdan privilegios, será
tarea del próximo gobierno federal reformarlas para evitar su manejo como si
fuera patrimonio de sus dirigentes. Hará falta nombrar órganos de dirección
profesionales y crear contrapesos y mecanismos de rendición de cuentas
eficientes, para que estas instituciones no se conviertan en feudos de quienes
las gobiernan.
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