Por: Octavio Díaz García de León
La idea: Ha ido cobrando fuerza en la
comunidad científica la creencia de que puede existir vida inteligente en otras
partes de nuestro universo. Recientemente surgió una polémica al pasar por
nuestro sistema solar un inusual objeto interestelar que algunos atribuyeron a una
civilización ajena a la Tierra. Existe gran resistencia por parte de los
científicos a admitir la posibilidad de vida extraterrestre pero quizás es
tiempo de dedicarle esfuerzo y recursos para averiguar si deveras existe.
Al conocerse mejor la estructura de nuestro
universo, se ha fortalecido la idea de que los seres humanos no son la única
vida inteligente que existe. Esto se ha alimentado, además, de la imaginación de
autores de libros, películas y juegos de ciencia ficción que han imaginado que
sí la hay. También por el avistamiento de objetos voladores no identificados (Ovnis)
y supuestos secuestros por alienígenas.
Pero no existen a la fecha pruebas contundentes que
demuestren la existencia de vida extraterrestre y por eso la comunidad
científica es muy renuente a aceptar esa posibilidad y tienden a verla con
mucho escepticismo y desconfianza cuando se le menciona.
Recientemente se volvió a alimentar la polémica
cuando un objeto interestelar, el primero en ser detectado, procedente de la
dirección de la estrella Vega, a solo 25 años luz de la Tierra, cruzó el
Sistema Solar entre septiembre y octubre de 2017. Las extrañas características
de dicho objeto, al que bautizaron Oumuamua, llevaron a que científicos serios
dijeran que se trataba de un objeto fabricado por una civilización
extraterrestre.
De todo ello da cuenta el profesor de astronomía de
Harvard, Avi Loeb en su libro “Extraterrestre. La Primera Señal de Vida
Inteligente Más Allá de la Tierra” quien defiende con muy buenos argumentos la
posibilidad de que se trató de un objeto producido por otra civilización.
Lo importante de la discusión no es tanto si este
objeto lo produjo una civilización extraterrestre, sino que lo que propone el Prof.
Loeb es que se le dediquen muchos mas recursos a la búsqueda de vida en otras
partes del universo.
Existen ya iniciativas como SETI que tienen años
explorando el espectro radioeléctrico en busca de señales emitidas por otras
civilizaciones. Pero quizás es tiempo de ir más allá del esfuerzo realizado por
esta organización sin fines de lucro, para que se le dediquen más recursos por
parte de gobiernos y academia y estudiar este fenómeno con más contundencia.
Las dimensiones del universo visible hacen suponer que
las probabilidades de que haya vida inteligente en otras partes son muy altas.
Para ello hay que ver los números. Según
el Prof. Loeb, tan solo en nuestra galaxia, la Vía Láctea, existen 50 mil
millones de estrellas que cuentan con planetas habitables del mismo modo que la
Tierra. En todo el universo se estima que podría haber 1021 (Un uno con 21 ceros) planetas habitables. Ese
número es mayor que el número de granos de arena que existen en todas las
playas de la Tierra.
Dice el Prof. Loeb que gracias a Copérnico
descubrimos el principio de que la ni la Tierra ni la humanidad ocupan un lugar
especial en el universo y que, de hecho, el universo no tiene lugares”
especiales”. El Sol y la Tierra son cuerpos insignificantes ubicados en un
brazo externo de la Vía Láctea y nuestra galaxia tampoco es especial pues existen
dos billones de galaxias, cada una con alrededor de 200
mil millones de estrellas.
Nada podría justificar el pensar que estamos solos
en el Universo. El hecho de que no
hayamos descubierto pruebas de vida inteligente en otras partes se puede
atribuir a lo limitado de nuestros instrumentos y a la escasez de recursos que
hemos dedicado para descubrirla.
¿Cuál sería la utilidad de conocer si existe
inteligencia en otras partes del universo? Quizá con ello salgamos de nuestro
provincialismo terrestre y empecemos a pensar cual es el lugar y destino de
nuestra civilización en este universo multi habitado. Analizar, por ejemplo, si
vale la pena contactar a otras civilizaciones o por el contrario debemos
ocultarnos de ellas. El novelista chino Liu Cixin ha escrito una trilogía muy interesante
sobre esta posibilidad.
El explorar el universo en busca de vida
inteligente no se debe ver como un escapismo cuando tenemos enormes problemas
que resolver en la Tierra, sino como una oportunidad para abrir nuestro
pensamiento a otras posibilidades, salir
de nuestro antropocentrismo e integrarnos a una visión cósmica.
Quizá debemos pensar en la Tierra como una nave
espacial que nos lleva en su deambular galáctico a la cual hay que cuidar de
que no la destruyan pandemias o se autodestruya con guerras nucleares o
cataclismos climáticos, pues en ella vamos los humanos y todos los seres vivos
de este planeta, en un mismo destino.
Los hallazgos de Copérnico cambiaron la teología y
la visión del mundo al quitarnos del centro del universo. Ahora toca saber cuál
será el destino de la Tierra y la humanidad ante otras civilizaciones.
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