Por: Octavio Díaz García de León.
La idea: Quitar exámenes de admisión a las
escuelas suena controvertido porque se plantea un falso dilema: ofrecer educación
con calidad o dar educación para todos. Es posible tener ambos pero se requiere
más infraestructura y ofrecer una
educación diferenciada. El problema entonces, no son los exámenes de admisión
sino la falta de capacidad de escuelas y alumnos. En el caso de estos últimos, se traduce en deserción.
Hace unos días el presidente López Obrador causó
polémica al proponer que se eliminaran exámenes de admisión a las escuelas. Para
él, el problema no es solo la calidad de la educación sino más bien, la
cobertura. Dijo que hay que atender las dos pero garantizando que todos puedan
estudiar.
Por ello, dijo, no debería haber exámenes de
admisión. Para que todos tengan posibilidades de estudiar, que la admisión no
sea impedimento para acceder a la escuela. Y es que para el presidente López
Obrador, la importancia de la escuela no solo es por la parte académica, sino
que para él, la escuela es como un segundo hogar para los jóvenes.
Dijo que la escuela no solo es una oportunidad para
aprender, sino que es el espacio que
permite hacer relaciones y establecer comunicación entre alumnos y maestros. Resulta
especialmente importante para los adolescentes que tienen problemas por la
desintegración de sus familias.
El presidente López Obrador se pregunta ¿si no pueden
llegar a ese segundo hogar, adónde irán?
Tiene razón. Hay que dar cobertura y calidad en la
educación pública. Darles oportunidad a todos. Sin embargo, el primer obstáculo
es que exista la infraestructura para incorporarlos. Luego, que tengan
suficientes conocimientos para poder avanzar en la escuela, porque, de no ser
así, más adelante el problema será su deserción.
Los exámenes de admisión en educación básica no
deberían ser un instrumento para decidir quién podrá estudiar, sino para
decidir qué tipo de educación es la que necesitan y asignarles a centros
educativos que correspondan con sus capacidades y donde se les apliquen métodos
de enseñanza adecuados a sus circunstancias.
Las escuelas tendrían que ser más receptivas a las diferencias
entre alumnos y por lo tanto ofrecer una educación más diferenciada. Por
ejemplo, habrá alumnos de lento aprendizaje que requieran atención especial. Difícilmente
podrán llevar los mismos cursos que alumnos normales porque se frustrarán al no poder avanzar y
retrasarán al resto de sus compañeros.
De igual forma los alumnos de alto rendimiento
deberán tener otro tipo de atención para
aprovechar sus capacidades.
Esta diferenciación también podría ayudar a abatir
la deserción.
Lo que no hay duda es la obligación que tiene el
Estado de ofrecer educación básica de
calidad a toda la población.
En cuanto a los exámenes de admisión para educación
superior, no necesariamente deberían ser para negar el acceso sino para
identificar las deficiencias de los aspirantes y ofrecerles cursos remediales,
que no pase automático. Sin embargo, esto no se puede lograr si no existe suficiente
infraestructura para darles esa posibilidad a todos los que desean estudiar una
carrera y para cubrir sus deficiencias antes de que ingresen.
También es importante ofrecer alternativas de
educación que no sean carreras universitarias, tales como carreras técnicas,
artes y oficios. En ocasiones este tipo de carreras son mejor pagadas que las
universitarias.
Aquellos alumnos que sean admitidos a educación
superior sin tener una base mínima de conocimientos corren el riesgo de
reprobar o desertar. En el peor de los casos, si no se tienen buenos filtros de
calidad, se corre el riesgo de tener “profesionistas” sin los conocimientos
necesarios y que los hará inempleables en sus profesiones.
Por otra parte, para hacer de las escuelas un
verdadero segundo hogar, también los maestros deberán estar preparados para
asumir ese papel, que requiere no solo preparación pedagógica, sino
psicológica.
Habría que ver si los maestros estarían dispuestos a
cumplir ese papel de segundos papás con todo lo que ello implica y ver si los
padres de familia están dispuestos a ceder esa responsabilidad a los maestros.
Para ofrecer cobertura más amplia y de mejor calidad,
la tecnología debe jugar un papel
importante. Por ejemplo, es inadecuado el repartir cada año, 176 millones de
libros de texto impresos en papel, por el costo enorme que representa, el daño
a la ecología por el papel utilizado y la logística tan complicada que
requiere.
Además, el recurrir a enseñar mediante libros de
texto impresos, representa una limitación para acceder a conocimientos.
Una tableta podría ofrecerles a los educandos no un
libro sino miles de libros, documentos, videos, audios y material interactivo
para facilitar el aprendizaje, los cuales, además, se pueden actualizar de
manera remota por internet.
Tiene razón el presidente López Obrador en que debe
haber cobertura universal en educación básica y una oferta suficiente para
satisfacer la demanda en educación superior. Para lograr esto con calidad será
necesario ofrecer una educación diferenciada y tener un alto uso de tecnología
que permita que se estudie incluso de manera remota. Una vez resuelto esto, el
siguiente gran reto será evitar la deserción, pues no solo es importante dar
oportunidad a todos, sino que terminen sus estudios.
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Twitter:@octaviodiazg
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