Por: Octavio Díaz García de León
Los mexicanos no acabamos de entendernos. Queremos una cosa y hacemos
otra. Como nación, aspiramos a un desarrollo económico que nos posicione como
potencia mundial, pero nuestra economía va en declive por decisiones
gubernamentales erradas. Aspiramos a avanzar científicamente, pero se promueven
creencias mágicas, se eliminan becas, se quita presupuesto y se desestima la
ciencia.
Buscamos una educación de primer nivel para nuestros niños, pero se evitan
evaluaciones, se promueve el pase automático y se enseña ideología en lugar de
ciencia. Soñamos con un sistema de salud mejor que el de Dinamarca, pero el
gobierno es incapaz de comprar medicinas e insumos básicos y sus hospitales
están saturados. Queremos paz y seguridad, pero estamos a merced de la
delincuencia.
Nos aferramos a un "ideal", pero nuestras contradicciones nos
impiden alcanzarlo. Esto no es algo nuevo. Desde la independencia, los mexicanos hemos sido
nuestros propios enemigos, atrapados en un ciclo de confrontaciones y autosabotajes.
Tras la Revolución, un grupo de intelectuales intentó desentrañar el
enigma del ser mexicano. Samuel Ramos fue pionero en este esfuerzo y planteó que:
"Mientras no se defina el modo de ser del mexicano, cualquiera empresa
de renovación será una obra ciega destinada al fracaso." Agrega Ramos:
“A mi entender, no podremos elevar nuestra vida nacional al plano de la
cultura si no precisamos concretamente lo que queremos.”
Sin embargo, existe un gran consenso sobre lo que deseamos para México:
seguridad e ingresos dignos; oportunidades de desarrollo intelectual,
profesional, y empresarial; mejor educación y salud; prosperidad y libertad. A
pesar de esta claridad, la realización de estas aspiraciones sigue siendo
esquiva.
¿Qué es lo que falla? Durante las décadas de los treinta a los cincuenta
del siglo pasado, filósofos como Samuel Ramos, Emilio Uranga, Octavio Paz y
Jorge Portilla analizaron a fondo las deficiencias del mexicano. En menor
medida, otros identificaron algunos aspectos positivos, tales como José Vasconcelos, Antonio Caso y
Leopoldo Zea quienes vislumbraron virtudes en el carácter del mexicano.
La pregunta acerca de qué es lo mexicano sigue vigente en la actualidad
para intentar mejorar a nuestro país. ¿Cómo abordar esta tarea tan compleja? La
elección del método depende del propósito que se persiga. Si el objetivo es
comprender cómo piensa el mexicano en un momento dado para fines prácticos,
tales como vender productos, influir en sus creencias o asegurar el éxito de un
partido político, se requiere un enfoque científico, que recurra a encuestas, grupos
de enfoque y análisis de grandes bases de datos. Si el objetivo es obtener algo
más permanente de lo que constituye lo mexicano, habrá que recurrir a una reflexión
filosófica.
Ejemplo de un enfoque filosófico es lo que hizo Emilio Uranga a mitad
del siglo pasado. Describió al mexicano como un ser inacabado, incapaz de
realizar plenamente todas sus potencialidades, moldeado por la incertidumbre,
el azar y la contingencia. Esta falta de cierre existencial generaría zozobra,
pero también abriría posibilidades infinitas de desarrollo. Según Uranga, este
estado de incertidumbre explica comportamientos característicos como la desgana,
la emotividad, la fragilidad, la insuficiencia, la melancolía y el machismo.
Sorpresivamente, al describir al mexicano, Uranga describe al hombre de
nuestros días. Por ello, si el mexicano padece desde hace mucho las
tribulaciones que sufre el hombre contemporáneo, pareciera que estaría más
preparado para afrontar al mundo actual.
Pero no es así. El mexicano (hombres y mujeres), tiende a refugiarse en su individualidad y en
su presente, careciendo de una determinación por sacar al país de su atraso.
Esta actitud se manifiesta con las expresiones “a ver qué pasa…” o “ni modo…”, que se
traducen en resignación e inmovilidad y le impiden transformar su realidad a
fondo.
Por otra parte, quienes emigran, a menudo logran desarrollarse plenamente y
contribuir al país que los acoge. Esto sugiere que no es el mexicano como
individuo, sino las condiciones sociales, políticas y culturales del país las
que lo constriñen.
Para superarnos como nación habría que vencer la incompetencia de una
clase política solo interesada en el poder, la indiferencia de una clase
empresarial que solo ve por sus intereses y la falta de una élite intelectual capaz
de movilizar a los mexicanos. Esto mantiene al país en un estado de
ensimismamiento, atrapado en un pasado mítico, un presente problemático y careciendo
de un proyecto verdaderamente transformador.
La reflexión filosófica sobre lo mexicano sigue siendo necesaria porque
nos puede dar pistas de como destrabar lo que nos impide lograr todas nuestras
potencialidades como país. Aunque convertirla en acción concreta es un gran desafío,
como buscaba Samuel Ramos, lograrlo ayudará a pasar de la resignación a la
construcción de un proyecto que permita a México y a los mexicanos trascender
sus limitaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario