Por: Octavio Díaz García de León
Hace unos días, la niña Camila de 8 años fue asesinada en Taxco, supuestamente por una amiga de su mamá que la
había invitado a una alberca en su casa. A la madre de la niña se le hizo creer
inicialmente que había sido secuestrada, dado que le exigían dinero por su
liberación, pero muy pronto, con ayuda de los vecinos que tenían cámaras
alrededor de la casa a la que fue invitada la menor, se pudo constatar que la
niña había llegado feliz a la casa de la amiga y salió de ella sin vida en una
bolsa negra. Aparentemente murió por estrangulamiento y el cuerpo fue arrojado en
una carretera cercana. Pronto localizaron el cadáver y la indignación de la
familia, vecinos y amigos creció de manera desmedida.
Hay unas pocas imágenes de las cámaras que grabaron la llegada alegre y
la salida sin vida de la niña. Luego corrieron abundantes imágenes en redes
sociales de como una turba linchó a los tres presuntos secuestradores de la niña.
La probable homicida resultó muerta. Los otros dos, sus hijos, están graves.
Todo ello ante unos policías que se limitaron a contemplar la escena, intentando
llevarse, sin muchas ganas, a los agredidos. Los policías fueron incapaces de contener
a la turba enardecida. Tampoco se les ocurrió llevar a un hospital a los
atacados, que habían quedado en muy mal estado. En un video se observa cómo los
policías bajan del vehículo policial a la mujer golpeada, como si fuera un
costal, sin ninguna consideración al estado en el que se encontraba.
Llama la atención el grado de violencia en ambos acontecimientos. El asesinato
de Camila refleja una brutalidad y carencia total de valores por parte de los presuntos
infanticidas (dado que no hubo investigación y juicio, no se tiene la certeza).
De igual forma, su linchamiento fue de un salvajismo desmedido.
En medio de todos estos acontecimientos lamentables sobresale una
incapacidad, y en ocasiones, ausencia total por parte de las autoridades
municipales y estatales, lo cual confirma que tanto el Estado de Guerrero como
varios municipios de esa entidad, tales como
Taxco, Acapulco, Iguala y Chilpancingo, entre otros, tienen gobiernos fallidos.
Lo que impera en Guerrero es la ley de la selva.
¿Qué está produciendo en México este fenómeno? ¿Qué hemos hecho tan mal
como sociedad que ha producido a estos personajes deleznables? Parte de la
respuesta es la ausencia de estado de derecho, lo cual permite la impunidad y, por lo tanto,
el que se comentan delitos sin temor. Otra parte es la descomposición moral de
la sociedad, la deshumanización y la falta de empatía, derivados del fracaso
educativo y familiar.
También influye el que sectores de la sociedad deliberadamente
promueven el salvajismo. Por ejemplo, la
delincuencia organizada tiene métodos de reclutamiento y formación que logran
deshumanizar a los sicarios desde muy pequeños. Los enseñan a cometer todo tipo
de atrocidades que luego exhiben en redes sociales. A los sicarios que se
resisten simplemente los eliminan. ¿Será que esta descomposición ya permeó a
otros sectores de la sociedad? Probablemente, porque ante la impunidad,
cualquier comportamiento se vale.
El fenómeno no es nuevo. Se ha dado en otros países donde personas
normales e incluso con altos niveles educativos, fueron capaces de cometer los peores
crímenes. Por ejemplo, en los regímenes
totalitarios de Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot, Pinochet, Videla y un largo
etcétera. Sin compasión ni vestigios de humanidad, los esbirros de estos gobiernos fueron capaces
de cometer los peores crímenes. Estos regímenes crearon condiciones que permitieron
que la violencia llegara a grados extremos.
En México, estas condiciones perversas se están fortaleciendo gracias a
gobiernos fallidos y la ausencia de estado de derecho. Por ello, las
expresiones de violencia están creciendo. No solo son los más de 180 mil asesinatos que
van en este sexenio; los más de 100 mil desaparecidos durante varios sexenios;
y la violencia en calles y carreteras por incidentes de tránsito, robos y
extorsiones.
También la violencia contra la población debida a las malas políticas
gubernamentales en materia de salud que causaron más de 800 mil muertos en la
pandemia, el dejar sin vacunas a niños,
sin medicinas a los enfermos y sin tratamientos contra el cáncer, etc.,
ocurridas por negligencia o incapacidad de las autoridades. Por otra parte, también
está la violencia cotidiana en los hogares, la cual produce feminicidios e
infanticidios.
Es tiempo de reflexionar cómo
podemos transitar a un país libre de violencia, empezando por los hogares y
luego en círculos concéntricos por el resto de los estratos de la sociedad. Debemos
construir una sociedad que recupere la compasión y elegir gobiernos que ayuden
a recobrar esa humanidad perdida, para que lo sucedido en Taxco no se convierta
en un acontecimiento cotidiano.