Por: Octavio Díaz García de León
Recientemente el Prof. Michael Sandel de la Universidad de Harvard publicó
su libro " La Tiranía del Mérito. ¿Qué ha sido del
bien común?". En él plantea que la meritocracia tiene graves deficiencias que provocan
la polarización en las sociedades. Dadas las imperfecciones de los sistemas
meritocráticos, la élite acapara los mayores beneficios, existen pocas
oportunidades de movilidad social y se genera desigualdad. Dice que la
inconformidad social que esto provoca la han aprovechado gobiernos populistas
autoritarios, cuyas bases de apoyo político la constituyen estas personas sin oportunidades
de ascenso social y las cuales están resentidas contra las élites
meritocráticas. El remedio, según él, consiste en propugnar por una ética de la
humildad, la solidaridad y reivindicar a los trabajos más modestos.
En nuestro país, el presidente López Obrador ha percibido este
resentimiento de grandes segmentos de la población que no tienen la posibilidad
de ascender por méritos en la escala social. Por ello, cuando fue jefe de
gobierno del Distrito Federal, creó la Universidad
Autónoma de la Ciudad de México donde no se requiere examen de admisión. Esta universidad
da acceso a la educación superior a cualquiera, sin trabas meritocráticas.
Ya como presidente, ha continuado su ataque a la meritocracia. Por
ejemplo, redujo sueldos y prestaciones en el gobierno afectando a la alta y
media burocracia, que estaba constituida por personas con gran preparación académica
y contaba con muchos años de experiencia, las cuales, en muchos casos, han sido
sustituidas por personas sin esos méritos.
Asimismo, se ha confrontado con los investigadores del CONACYT y otros
profesionistas tales como médicos, periodistas, abogados, e ingenieros,
personas que gracias a sus méritos basados en estudios y esfuerzo, se han
ubicado en la clase media. También ha criticado
a las instituciones educativas como el CIDE y la UNAM y a universidades
privadas como el ITAM y el ITESM, de donde provienen muchos de estos
profesionistas exitosos.
La reforma educativa que ha propuesto su gobierno está dirigido a
desmantelar el sistema educativo actual, el cual, en voz del funcionario de la
SEP, Marx Arriaga, se caracteriza por ser "meritocrático,
elitista, patriarcal y racista" y deberá ser sustituido por un sistema hecho
para “compartir” no para “competir”. Otra forma de atacar a la meritocracia en
el sector educativo fue mediante la desaparición de las evaluaciones a los
maestros y la cancelación de la aplicación
de pruebas educativas
internacionales a los niños.
Con estas acciones, el
presidente y su gobierno han hecho suya esa animadversión que tiene una parte
importante de la población contra la meritocracia. Esta población, como en otros países, no se siente incluida en
el progreso que han alcanzado profesionistas, empresarios y una creciente clase
media, debido a que, según el Prof.
Sandel, el sistema meritocrático beneficia
a los ya de por sí privilegiados, crea desigualdad y genera resentimientos.
Pero hay que tener cuidado si se quiere desmantelar al sistema
meritocrático y utilizar otros criterios para distribuir puestos, dinero y
honores. Seleccionar a las personas en base a factores que no los califican
para realizar sus funciones o darles dinero sin que aporten a la sociedad, podría
llevarnos al caos.
Por ejemplo, si uno requiere una cirugía, desearía que la operación la
realizara el cirujano con los mejores estudios, experiencia y habilidades y no
por un médico improvisado, o bien, que para integrar a la selección nacional de
fútbol, sean seleccionados los mejores jugadores, en lugar de ser escogidos
mediante un sorteo.
Dice el Prof. Sandel que la meritocracia no ha producido una sociedad más
igualitaria y “justa”, pero quitarla no nos dará una mejor sociedad. Intentar
que haya uniformidad como lo intentaron los sistemas totalitarios comunistas no
conducirá a la igualdad o a la justicia. Además, en esos países hay una élite que
vive mucho mejor que el resto de sus compatriotas.
Lograr la igualdad es imposible. Las diferencias entre personas se
inician desde el lugar donde se nace: no es lo mismo nacer en la ciudad de
Aguascalientes que en un pueblo aislado de la sierra de Oaxaca. Luego, la
genética genera desigualdad, desde las capacidades intelectuales hasta
enfermedades hereditarias. La familia también crea desigualdades: depende si los
padres tienen educación o no, o bien, si tienen problemas psicológicos, o de
alcoholismo. También el ambiente nos hace diferentes: la
familia, la escuela, el barrio y las amistades. Como dijo Ortega y Gasset: “Yo
soy yo y mi circunstancia”, lo cual nos hace únicos y, por lo tanto,
desiguales.
Debemos buscar la forma de que cada persona tenga oportunidad de
realizar todas sus potencialidades positivas y que cada una aporte lo mejor de
sí misma. La meritocracia es una buena forma de sacarle provecho a las diferencias
entre las personas, pero se deben corregir sus deficiencias. Una sociedad más
justa no es una sociedad más uniforme sino, como dice el Prof. Sandel, aquella donde
se reconozcan económica y socialmente las aportaciones de todos, por modestas
que parezcan.
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