“Retirado en la paz de estos
desiertos,
Con pocos, pero doctos libros
juntos,
Vivo en conversación con los
difuntos
Y escucho con mis ojos a los
muertos”
Francisco de Quevedo
Por: Octavio Díaz García de León.
Las bibliotecas más bellas del mundo, tales como la del Trinity College
en Irlanda, la del Monasterio del Escorial en España, la Apostólica Vaticana o
la Clementinum en Praga, aparecieron en una revista de arquitectura (https://www.revistaad.es/arquitectura/galerias/bibliotecas-bellas/9752/image/653080). Entre ellas está
la Biblioteca José Vasconcelos en la Ciudad de México y yo agregaría la Biblioteca
Palafoxiana en la Ciudad de Puebla (http://en.palafoxiana.com). Son obras
maestras de la arquitectura, pero también almacenes de sabiduría de la
humanidad.
Sin embargo, ver estas inmensas naves de libreros, sin personas hojeando
sus textos, me hace pensar en ellas como cementerios de libros. Obras que nadie
consulta, que nadie lee, son libros muertos. De lo que se trata es que estén vivos,
pero ello solo se logra si hay lectores para, como dice Quevedo, conversar con
los difuntos y escuchar con los ojos a los muertos.
Las bibliotecas depositan la sabiduría, ideas, creaciones y conocimientos
de incontables autores y se hicieron para que un bien escaso, los libros,
estuvieran disponibles a un amplio público. También los edificios que las contienen
son espacios de remanso para aprender, meditar y semillero de nuevos libros.
Para los regímenes totalitarios y para los fanáticos intolerantes, las
bibliotecas han sido siempre peligrosas, lo que ha ocasionado su destrucción a
lo largo de la historia. Por ejemplo, la destrucción de la biblioteca de
Alejandría, la de la Universidad de Lovaina a manos de los nazis o la Biblioteca
Nacional en Irak durante la reciente invasión estadounidense a ese país.
En el caso de México, durante la Guerra de Reforma hubo una gran
destrucción de bibliotecas conventuales a manos de los huestes liberales. Entre
ellas, la del convento de San Francisco con 16,000 libros destruidos, la del convento
de San Agustín y la del convento del Carmen en San Angel, todas ellas en la
Ciudad de México. Se estima que se perdieron alrededor de 100,000 libros y
manuscritos por la destrucción que sufrieron todas las bibliotecas conventuales.
(https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_destroyed_libraries)
El libro ha sido durante siglos el formato favorito para la transmisión
de conocimientos, creaciones literarias, ideas, reflexiones, doctrinas y entretenimiento.
Los textos de menor extensión como artículos, cartas o poemas que se redactan
en pocas hojas, han podido sobrevivir gracias a que se reúnen bajo el formato
de un libro. A su vez, una forma de que sobrevivan los libros es almacenarlos
en bibliotecas.
La revolución digital ha traído un cambio enorme en el medio de
almacenamiento de textos, desplazando paulatinamente al papel. Afortunadamente, grandes bibliotecas se han
ido digitalizando y ahora están disponibles vía internet. Allí está también el
enorme proyecto de Google Books con 25 millones de libros escaneados.
Los medios digitales han contribuido a preservar las grandes
bibliotecas de papel, pero también están saturados de basura. Redes sociales,
blogs, revistas y periódicos efímeros de dudosa calidad, o bien, entretenimientos
instantáneos, pornografía, juegos y otro tipo de pasatiempos, ensucian el
ciberespacio.
Ante esta inundación de basura intelectual, los libros, en su mayor parte,
representan un esfuerzo por parte de sus autores para expresarse con mayor rigurosidad
que otros formatos y por ello siguen siendo un medio más o menos confiable para
obtener información, ideas y creaciones dignas de accederse.
Con los nuevos medios electrónicos, los libros también han entrado al
formato digital y el futuro de las bibliotecas se estará bifurcando entre grandes
almacenes de papel y depósitos contenidos en unos pocos centímetros cúbicos de
electrónica.
Lo que no debemos permitir es que esos libros, que son la memoria y el conocimiento
de la humanidad, se pierdan en esos grandes depósitos, sino que se conviertan
en fuente viva de ideas y no en cementerio de estas.
Si antes había que vigilar que los libros no fueran quemados, hoy
debemos cuidar que no se conviertan en letra muerta por falta de acceso. Las
bibliotecas edificadas seguirán siendo obras arquitectónicas
disfrutables por muchas personas, pero habremos de transitar hacia las
bibliotecas electrónicas y así tendrán acceso un mayor número de lectores.
Imaginen que país sería el nuestro si en lugar de una biblioteca
municipal con algunos miles de libros de papel a la que muy pocos acuden
(Además, hay muy pocas), a cada niño se le entregara una biblioteca digital en
una tableta electrónica con acceso a decenas de miles de libros y se les orientara
y fomentara el interés por la lectura.
Es importante que se vayan digitalizando y dando acceso abierto a esos
enormes acervos hoy enterrados en bibliotecas de papel, para que sus contenidos
revivan el diálogo entre lectores presentes y autores ausentes por la distancia
o por la muerte y dejen de ser cementerios de libros.
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Twitter: @octaviodiazg
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