Por: Octavio Díaz García de León
Con una participación
cercana al 13 % del electorado y apenas alrededor del 10 % de votos válidos, se
llevó a cabo la elección de ministros, magistrados y jueces del Poder Judicial,
cuyo propósito es sustituir a quienes hoy ocupan esos cargos, proceso que
culminará en 2027. Este ejercicio, casi sin precedentes a nivel mundial, corre
el riesgo de politizar la impartición de justicia y comprometer la
imparcialidad de las resoluciones judiciales.
El abstencionismo tuvo
varias causas. Primero, los candidatos fueron preseleccionados conforme a su
afinidad con el partido en el poder, por lo que muchos electores consideraron
que no existían opciones reales. Segundo, la complejidad de las boletas
disuadió a quienes no conocen el funcionamiento del sistema judicial. Tercero,
el Instituto Nacional Electoral (INE) careció de recursos adecuados para
garantizar una contienda transparente y, además, tomó decisiones tales como no
anular las boletas no utilizadas en las casillas, lo que minó la confianza
ciudadana
No hubo sorpresas en
cuanto a quienes resultaron electos, pues se recurrió al uso de acordeones,
acarreo y prácticas clientelares para inducir el voto. Con ello, el Poder
Ejecutivo y el partido en el gobierno consolidan su control sobre el Poder
Judicial; existe incluso la posibilidad de que la delincuencia organizada haya
introducido personas afines.
Además de la elección de ministros, magistrados y jueces, la reforma al
Poder Judicial de 2024 incluye otros cambios:
1. Tribunal de
Disciplina Judicial. Se crea un órgano independiente que centraliza
funciones antes dispersas en las tres instituciones del Poder Judicial federal,
tales como la visitaduría judicial y la investigación de responsabilidades
administrativas del personal jurisdiccional. Integrado por cinco
magistrados electos, este tribunal tendrá
las facultades que ya tenían las visitadurías y las áreas de investigación de
responsabilidades, esto es, investigar, substanciar y resolver
procedimientos de responsabilidades administrativas del personal
jurisdiccional, resolver recursos de revisión en los procedimientos administrativos del personal no jurisdiccional
-- tratándose de faltas graves --, evaluar y dar seguimiento al desempeño de
magistrados de circuito y jueces de distrito, y resolver conflictos laborales
entre el Poder Judicial y sus servidores, así como entre la Suprema Corte de
Justicia de la Nación (SCJN) y sus empleados.
2. Órgano de
Administración Judicial. Se instituye una instancia que tendrá bajo su
mando las áreas administrativas de las tres instituciones del Poder Judicial
federal, con cinco titulares: uno designado por la Presidencia de la República,
otro propuesto por el Senado y tres electos por la Suprema Corte de Justicia de
la Nación. Bajo su mando queda la Contraloría de Administración Judicial —desaparecen
las tres contralorías internas—, encargada de auditar e investigar faltas administrativas
del personal no jurisdiccional. Asimismo se le incorporan diversos órganos auxiliares que antes
dependían de cada institución por separado.
En esencia, la reforma
sustituye a ministros, magistrados y jueces para colocar nuevas personas en los
cargos, y reestructura bajo el Tribunal de Disciplina y el Órgano de
Administración diversas funciones antes dispersas. A primera vista, parece una
reforma de forma y no de fondo, a diferencia de la de 2008.
Sin embargo, incorpora
riesgos adicionales: la politización de la vigilancia del personal
jurisdiccional, al otorgar mayor relevancia al Tribunal de Disciplina
encabezado por magistrados electos que podrían responder a intereses políticos;
y la concentración de funciones de fiscalización administrativa en el Órgano de
Administración, que actúa como juez y parte al perseguir faltas administrativas
del personal a su cargo, a través de la Contraloría de Administración Judicial.
La reforma de 2008,
que instauró el sistema penal acusatorio oral, fue un avance garantista en
derechos humanos, pero se implementó sin recursos ni capacitación suficientes a
los responsables de aplicarla. Como resultado, las carpetas de investigación
que arman los ministerios públicos se integran de forma deficiente siendo
desestimadas por los jueces y, en gran medida, en ello radica el problema de la
impunidad, no en el Poder Judicial.
Por su parte, la
reforma de 2024 fue criticada a nivel nacional e internacional por la elección
popular de ministros, magistrados y jueces, la cual viene a sustituir a
personal con una larga carrera judicial e incorpora a personas sin experiencia.
Además, tuvo un costo muy elevado y, al
ser esencialmente una reforma superficial, difícilmente mejorará la impartición de
justicia. En cambio, aumenta el riesgo de sentencias politizadas y la
subordinación del Poder Judicial al Ejecutivo.
Para lograr una
verdadera transformación en la impartición de justicia, se requieren otras
medidas: revisar el enfoque garantista, reformar y fortalecer a las
procuradurías, capacitar a sus responsables y aplicar ingenierías de procesos
para optimizar la administración judicial. Ojalá pronto llegue la auténtica
reforma de fondo que tanta falta hace.