POR: OCTAVIO DÍAZ GARCÍA DE LEÓN
Twitter: @octaviodiazg
En
la impartición de la justicia más primitiva, la tortura y las ejecuciones daban un mensaje disuasorio para que los demás evitaran caer en las prácticas que habían condenado a los supliciados al cadalso. Infligir dolores extraordinarios a los condenados era una forma de venganza de la sociedad y a veces, de gozo sádico de quienes
la ejecutaban. Pero también era un espectáculo para
las masas, quienes simplemente por contemplar la muerte de alguien, acudían a las ejecuciones. Si bien antes ocurrían en vivo, hoy, a través de los vídeos que circulan ampliamente
por internet se puede ser testigo de ejecuciones. Desde luego no me refiero a
las que realizan los países en cumplimiento de sus leyes, ya que ellas se han vuelto más discretas, aunque no dejan de ser nota para
periódicos y televisoras. Por lo menos el momento de la muerte ya no se puede ver en vivo, salvo por un puñado de testigos.
Pero la violencia de la muerte en las
ejecuciones que hoy circulan libremente por internet se ha vuelto un
espectáculo gracias a la tecnología que permite realizar vídeos, fotos y difundirlos indiscriminadamente.
Estos vídeos y fotos los delincuentes los usan para enviar mensajes. Pero el efecto va más allá de estos recados sanguinarios, que las
más de las veces van dirigidos a una audiencia muy reducida; impactan de manera negativa a todos los demás que sin ser parte del juego, los ven por curiosidad o morbo.
El efecto de este teatro macabro deja huella
en los espectadores. Algunos se horrorizan - los más - pero hay quienes gozan con el sufrimiento
de otros y lo peor es que habrá quienes luego intenten imitar ese ejemplo. En ese mundo
antihumano de los delincuentes, los verdugos se vuelven estrellas de la muerte, antihéroes de un
culto que crece entre personas sin futuro alguno que buscan en la delincuencia y en sus prácticas la manera de tener éxito en la vida. Para ello anhelan ser las estrellas de estas pesadillas filmadas, sabiendo que quizá así puedan satisfacer sus sueños de
grandeza. Nueva forma de vida en donde personas que no han encontrado otros caminos mas que los de la delincuencia, buscan la riqueza, la exaltación de la fuerza, la voluntad de
poder y la violencia. Pero no como la raza de Señores que quería reivindicar
Nietzsche sino como una raza de psicópatas dominada por el odio.
La desensibilización ante la muerte
violenta es un fenómeno que el negocio del espectáculo ha impulsado
notablemente. Hollywood y los videojuegos nos han acostumbrado a mirar la violencia como un ingrediente más del entretenimiento. ¿Cuántos asesinatos
se filman cada año en las películas que se exhiben en todo el mundo? Pero ahora podemos encontrar muertes reales filmadas por delincuentes y terroristas, no en películas de ficción sino en vídeos que circulan por la red.
Con seres humanos asesinados ante cámaras de vídeo cuyas muertes
se ofrecen como espectáculo para que espectadores desprevenidos o pervertidos, observen la muerte entre aterrados y entretenidos.
Hoy en día, cada vez más, se buscan espectáculos que tienen que ser aterradores
para que entretengan. En los parques de diversiones muchos juegos son populares
por el terror que generan. La capacidad de asombro se tiene que ver superada y
por eso se busca y se procura cada vez más a la violencia y el alcanzar extremos en las diversiones. Deportes extremos, espectáculos extremos, juegos extremos.
En ésta búsqueda de lo extremo, la muerte como espectáculo adquiere carta de nacionalidad ante los espectadores ávidos de emociones fuertes. Ya no bastan las películas de Hollywood en donde todos saben que son actores y sus muertes fingidas porque así las muertes no cuentan; o bien, en los vídeo juegos, en donde los avatares que manipula el jugador, solo son entes virtuales que mueren y renacen para generar puntos en medio de la violencia. Pero entonces hace falta algo más impactante. Hay un mundo ávido de emociones cada vez más fuertes, entretenimiento extremo en donde su mente se trastornará sin saberlo.
En ésta búsqueda de lo extremo, la muerte como espectáculo adquiere carta de nacionalidad ante los espectadores ávidos de emociones fuertes. Ya no bastan las películas de Hollywood en donde todos saben que son actores y sus muertes fingidas porque así las muertes no cuentan; o bien, en los vídeo juegos, en donde los avatares que manipula el jugador, solo son entes virtuales que mueren y renacen para generar puntos en medio de la violencia. Pero entonces hace falta algo más impactante. Hay un mundo ávido de emociones cada vez más fuertes, entretenimiento extremo en donde su mente se trastornará sin saberlo.
El espectáculo de la violencia se ha
documentado desde la antigüedad. Un relato estremecedor es el de Michel
Foucault que inicia su libro “Vigilar y Castigar.”
describiendo el suplicio de Robert François Damiens condenado en 1757 por atentar
contra la vida del monarca francés Luis XV. Durante tres páginas Foucault da cuenta de los tormentos a los que fue
sometido Damiens y que duró varias horas. Los tormentos incluyeron el que la
mano asesina fuera quemada con azufre. Se le atenazaron pecho, brazos, muslos y
pantorrillas. Sobre esas heridas se vertió plomo derretido, cera y aceite
hirviendo. Luego se le descuartizó con cuatro caballos intentando arrancarle
brazos y piernas que no cedían hasta que
el verdugo las cortó con un hacha. Finalmente aún vivo – según testigos – el tronco
fue arrojado al fuego y quemado. Hasta que quedó totalmente reducido a cenizas.
Giacomo Casanova, el famoso aventurero y escritor, presenció horrorizado el suplicio de Damiens y lo describe en sus
Memorias.
Pero nuestro siglo XXI está lleno de testimonios de
violencia extrema a través de crónicas periodísticas. Entre ellas tenemos, por
ejemplo, la descripción con lujo de detalles de lo que ocurrió una mañana de marzo de 2004 en Irak. Después de la
derrota de Sadam Hussein por el ejército americano, lo que siguió fue la sangrienta
ocupación de ese país que estuvo marcada
por actos de brutalidad. En su libro “Blackwater”, Jeremy Sachill describe en un par de páginas
un incidente donde pierden la vida cuatro mercenarios americanos, empleados de
la compañía de seguridad Blackwater. Vigilando a un convoy de transportes, los
cuatro americanos son emboscados en la ciudad de Faluya. Dos de ellos iban al
frente en un vehículo y dos en la retaguardia del convoy en otro vehículo. Estos
automotores no llevaban blindaje y les faltaba una persona que pudiera operar un
arma para defenderlos. Al detenerse el convoy en la ciudad, le arrojan una
granada al todo terreno trasero y les lanzan ráfagas de ametralladora. Heridos
de muerte un grupo llega por el frente de la camioneta y les rocían de balas sus cuerpos. A uno de los americanos
- todavía con vida y suplicando por ella - le arrojaron ladrillos y le saltaron
encima hasta que lo mataron. Luego le cortaron un brazo, una pierna y la cabeza
y la turba bailaba y gritaba entusiasmada. Los dos que iban al frente
intentaron huir pero inmediatamente fueron alcanzados por las balas. A uno de
ellos le volaron la cabeza y al otro le llenaron de balas el pecho. Luego
trajeron gasolina, rociaron los cuerpos y les prendieron fuego. Los cadáveres
carbonizados fueron extraídos para que hombres y niños empezaran a
desmembrarlos. Unos golpeaban con las suelas de sus zapatos y otros con
cañerías de metal y palas. Una persona se dedicó a patear una cabeza hasta
desprenderla del cuerpo. Llevaron dos de los cuerpos arrastrando hasta el
puente sobre el Éufrates y colgaron los cuerpos sobre el río. Alguien más ató
un ladrillo a la pierna de uno de los muertos y la arrojó por encima de unos
cables de electricidad. Horas después descolgaron los cuerpos del puente, les
volvieron a prender fuego y lo que quedaba de los cuerpos fue arrastrados en un
desfile macabro por Faluya hasta que los arrojaron en un edificio del gobierno.
En México no solo la crónica cotidiana
de los periodistas que arriesgan su vida da cuenta de la violencia extrema que se
vive derivada de los enfrentamientos entre bandas de delincuentes y de estos
con fuerzas del Estado Mexicano, sino
que además ésta se manifiesta de manera singular en los narco vídeos que se pueden
encontrar en internet sin censura
alguna. Decapitaciones, ejecuciones, interrogatorios y torturas entre otros.
Cientos de vídeos que se pueden acceder libremente y que gracias a la
tecnología se ofrecen para consumo de todo el mundo. ¿Cuantos miles o millones de
espectadores habrán visto la violencia que las bandas de delincuentes mexicanos exhiben
unos contra otros? Para muestra un botón: un vídeo donde ejecutan a una mujer mediante su decapitación con
cuchillo. El criminal que ejecuta a la mujer despliega una destreza
asombrosa y en menos de un minuto desprende la cabeza del tronco. Es todo tan
rápido que los ojos de la mujer en la cabeza desprendida intentan ver su cuerpo
separado.
La violencia legítima que ejerce el Estado Mexicano se ha visto gradualmente suavizada gracias al efecto civilizador de nuestros legisladores que, por ejemplo, hace
muchos años abolieron la pena de muerte y crearon leyes e instituciones para defender los derechos humanos. Pero habiendo entre quince y veinte mil
muertes violentas al año, el ejercicio ilegal de la violencia a manos de los
delincuentes está desbordado. Y no solo su ejercicio sino su exhibición. Si antes las naciones
hacían públicas las ejecuciones como efecto disuasorio o como castigo, ahora
para los mismos propósitos los delincuentes hacen públicas las ejecuciones gracias
a los vídeos y al internet. Inclusive, y a pesar del pacto que se dio entre los medios de comunicación para censurar los mensajes de los criminales, no deja de ser noticia macabra el que aparezcan colgando de puentes, cadáveres de ejecutados. El Estado Mexicano ha cedido grandes espacios
a la delincuencia, entre ellos el permitir
que estos vídeos sanguinarios se
exhiban sin recato en redes sociales e internet. No hay el pretexto de invocar
a la libertad de prensa ya que en su exhibición no hay periodismo legítimo. Al permitir exhibirse estos vídeos grotescos no solo se premia la impunidad del hecho mismo sino la osadía de
mostrarlo abiertamente.
Lo que ha sido noticia recientemente han
sido otras decapitaciones filmadas a todo color y lanzadas para consumo de todo
el mundo. Dos periodistas americanos y un ciudadano británico fueron decapitados también frente a
una cámara por miembros del “Estado Islámico de Irak y Siria” (ISIS por sus siglas
en inglés).
Mientras que las decenas de vídeos de
decapitaciones de mexicanos no son noticia, por ser comunes, por indiferencia, por ser nuestro país "violento por naturaleza" (Es
cultural, podría decir alguien) o por ser simplemente personajes anónimos que
florecen en el oscuro mundo del narcotráfico y la delincuencia. En el caso de las
decapitaciones en algún lugar de Siria, sí han acaparado la atención de todo el mundo. Se trata de conocidos periodistas y
además ejecutados por un ciudadano británico con acento londinense. Y es que se puede esperar todo de cualquier delincuente
mexicano - y entonces no es noticia - , pero que ocurra una decapitación realizada por un londinense convertido al terrorismo islámico y que se atreva a matar a
tres ciudadanos del primer mundo a la vista de todo el planeta, eso sí es de llamar la atención.
Por lo pronto la muerte de los periodistas
ante los ojos azorados del mundo han servido para expandir la guerra contra
ISIS y evitar que imponga un califato en esas tierras. Se ha desplegado una nueva cruzada encabezada por los Estados Unidos pero con participación de países árabes y los americanos encabezan la ofensiva usando aviones no tripulados, proyectiles lanzados a cientos de kilómetros de distancia para asépticamente destruir a sus enemigos. También el Congreso de ese país ha autorizado el entregarles armas a los enemigos de
sus enemigos para reforzar la lucha contra
estos extremistas. Los seres humanos que mueran solo serán "daños colaterales" y los nuevos vídeos que aparezcan levantarán los "ratings" del entretenimiento. Las
decapitaciones seguirán y las muertes anónimas víctimas de los bombardeos “dirigidos”
a terroristas, crecerán.
En México nuestra cosecha de vídeos
grotescos seguirá dando cuenta de la violencia que no se abate en nuestro país.
Los cuerpos de los torturados y ejecutados por lo pronto serán la materia prima
de la que se alimente el morbo, el espectáculo y el odio. Los cuerpos de los
desconocidos que ni siquiera alcanzaron foto o vídeo permanecerán en la lista
interminable de los desaparecidos. No
cabe duda, nuestra sociedad está enferma.
Bibliografía:
1.
“Blackwater. El
auge del ejército mercenario más poderoso del mundo.” Autor: Jeremy Scahill.
Ed. Paidós. Barcelona, 2008.
2.
“Vigilar y
Castigar. Nacimiento de la prisión.” Autor: Michel Foucault. Ed. Siglo Veintiuno
Editores. 35ª edición. México 2008.
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