20 de septiembre de 2014

LA MUERTE COMO ESPECTÁCULO


POR: OCTAVIO DÍAZ GARCÍA DE LEÓN

Twitter: @octaviodiazg

      En la impartición de la justicia más primitiva, la tortura y las ejecuciones daban un mensaje disuasorio para que los demás evitaran caer en las prácticas que habían condenado a los supliciados al cadalso. Infligir dolores extraordinarios a los condenados era una forma de venganza de la sociedad y a veces, de gozo sádico de quienes la ejecutaban. Pero también era un espectáculo para las masas, quienes simplemente por contemplar la muerte de alguien, acudían a las ejecuciones. Si bien antes ocurrían en vivo, hoy, a través de los vídeos que circulan ampliamente por internet se puede ser testigo de ejecuciones. Desde luego no me refiero a las que realizan los países en cumplimiento de sus leyes, ya que ellas se han vuelto más discretas, aunque no dejan de ser nota para periódicos y televisoras. Por lo menos  el momento de la muerte ya no se puede ver  en vivo,  salvo por un puñado de testigos.

     Pero la violencia de la muerte en las ejecuciones que hoy circulan libremente por internet se ha vuelto un espectáculo gracias a la tecnología que permite realizar vídeos, fotos y difundirlos indiscriminadamente. Estos vídeos y fotos los delincuentes los usan para enviar mensajes. Pero el efecto va más allá de estos recados sanguinarios, que las más de las veces van dirigidos a  una audiencia muy reducida; impactan de manera negativa a todos los demás que sin ser parte del juego, los ven por curiosidad o morbo.

     El efecto de este teatro macabro deja huella en los espectadores. Algunos  se horrorizan - los más - pero hay quienes gozan con el sufrimiento de otros y lo peor es que  habrá quienes luego intenten imitar ese ejemplo. En ese mundo antihumano de los delincuentes, los verdugos se vuelven estrellas de la muerte, antihéroes de un culto que crece entre  personas sin futuro alguno que buscan en la delincuencia y en sus prácticas la manera de tener éxito en la vida. Para ello anhelan ser las estrellas de estas pesadillas filmadas, sabiendo que quizá así puedan satisfacer sus sueños de grandeza. Nueva forma de vida en donde personas que no han encontrado otros caminos mas que los de la  delincuencia, buscan la riqueza, la exaltación de la fuerza, la voluntad de poder y la violencia. Pero no  como la raza de Señores que quería reivindicar Nietzsche sino como una raza de psicópatas dominada por el odio.

      La desensibilización ante la muerte violenta es un fenómeno que el negocio del espectáculo ha impulsado notablemente. Hollywood y los videojuegos nos han acostumbrado a mirar la violencia como un ingrediente más del entretenimiento. ¿Cuántos asesinatos se filman cada año en las películas que se exhiben en todo el mundo? Pero ahora podemos encontrar muertes reales filmadas por delincuentes y terroristas, no en películas de ficción sino en vídeos que circulan por la red. Con seres humanos asesinados ante cámaras de vídeo cuyas muertes se ofrecen como espectáculo para que espectadores desprevenidos o pervertidos, observen la muerte entre aterrados y entretenidos. 

     Hoy en día,  cada vez más, se buscan espectáculos que tienen que ser aterradores para que entretengan. En los parques de diversiones muchos juegos son populares por el terror que generan. La capacidad de asombro se tiene que ver superada y por eso se busca y se procura cada vez más a la violencia y el alcanzar extremos en las diversiones. Deportes extremos, espectáculos extremos, juegos extremos.

En ésta búsqueda de lo extremo, la muerte como espectáculo adquiere carta de nacionalidad ante los espectadores ávidos de emociones fuertes. Ya no bastan las películas de Hollywood en donde todos saben que son actores y sus muertes fingidas porque así las muertes no cuentan;  o bien, en los vídeo juegos, en donde  los avatares que manipula el jugador, solo son entes virtuales que mueren y renacen para generar puntos en medio de la violencia. Pero entonces hace falta algo más impactante. Hay un mundo ávido de emociones cada vez más fuertes,  entretenimiento extremo en donde su mente se trastornará  sin saberlo.

      El espectáculo de la violencia se ha documentado desde la antigüedad. Un relato estremecedor es el de Michel Foucault que inicia su libro “Vigilar y Castigar.” describiendo el suplicio de Robert François Damiens condenado en 1757 por atentar contra la vida del monarca francés Luis XV. Durante tres páginas Foucault  da cuenta de los tormentos a los que fue sometido Damiens y que duró varias horas. Los tormentos incluyeron el que la mano asesina fuera quemada con azufre. Se le atenazaron pecho, brazos, muslos y pantorrillas. Sobre esas heridas se vertió plomo derretido, cera y aceite hirviendo. Luego se le descuartizó con cuatro caballos intentando arrancarle brazos y piernas que  no cedían hasta que el verdugo las cortó con un hacha. Finalmente aún vivo – según testigos – el tronco fue arrojado al fuego y quemado. Hasta que quedó totalmente reducido a cenizas. Giacomo Casanova, el famoso aventurero y escritor,  presenció horrorizado  el suplicio de Damiens y lo describe en sus Memorias.

     Pero nuestro  siglo XXI está lleno de testimonios de violencia extrema a través de crónicas periodísticas. Entre ellas tenemos, por ejemplo, la descripción con lujo de detalles de  lo que ocurrió una mañana de marzo de 2004 en Irak. Después de la derrota de Sadam Hussein por el ejército americano, lo que siguió fue la sangrienta ocupación de ese país que estuvo  marcada por actos de brutalidad. En su libro “Blackwater”, Jeremy Sachill describe en un par de páginas un incidente donde pierden la vida cuatro mercenarios americanos, empleados de la compañía de seguridad Blackwater. Vigilando a un convoy de transportes, los cuatro americanos son emboscados en la ciudad de Faluya. Dos de ellos iban al frente en un vehículo y dos en la retaguardia del convoy en otro vehículo. Estos automotores no llevaban blindaje y les faltaba una persona que pudiera operar un arma para defenderlos. Al detenerse el convoy en la ciudad, le arrojan una granada al todo terreno trasero y les lanzan ráfagas de ametralladora. Heridos de muerte un grupo llega por el frente de la camioneta y les rocían  de balas sus cuerpos. A uno de los americanos - todavía con vida y suplicando por ella - le arrojaron ladrillos y le saltaron encima hasta que lo mataron. Luego le cortaron un brazo, una pierna y la cabeza y la turba bailaba y gritaba entusiasmada. Los dos que iban al frente intentaron huir pero inmediatamente fueron alcanzados por las balas. A uno de ellos le volaron la cabeza y al otro le llenaron de balas el pecho. Luego trajeron gasolina, rociaron los cuerpos y les prendieron fuego. Los cadáveres carbonizados fueron extraídos para que hombres y niños empezaran a desmembrarlos. Unos golpeaban con las suelas de sus zapatos y otros con cañerías de metal y palas. Una persona se dedicó a patear una cabeza hasta desprenderla del cuerpo. Llevaron dos de los cuerpos arrastrando hasta el puente sobre el Éufrates y colgaron los cuerpos sobre el río. Alguien más ató un ladrillo a la pierna de uno de los muertos y la arrojó por encima de unos cables de electricidad. Horas después descolgaron los cuerpos del puente, les volvieron a prender fuego y lo que quedaba de los cuerpos fue arrastrados en un desfile macabro por Faluya hasta que los arrojaron en un edificio del gobierno.

       En México no solo la crónica cotidiana de los periodistas que arriesgan su vida da cuenta de la violencia extrema que se vive derivada de los enfrentamientos entre bandas de delincuentes y de estos con fuerzas del Estado Mexicano,  sino que además ésta se manifiesta de manera singular en los narco vídeos que se pueden encontrar en internet sin  censura alguna. Decapitaciones, ejecuciones, interrogatorios y torturas entre otros. Cientos de vídeos que se pueden acceder libremente y que gracias a la tecnología se ofrecen para consumo de todo el mundo. ¿Cuantos miles o millones de espectadores habrán visto la violencia que las bandas de delincuentes mexicanos exhiben unos contra otros? Para muestra un botón: un vídeo donde ejecutan a una mujer mediante su decapitación con cuchillo. El criminal  que ejecuta a la mujer despliega una destreza asombrosa y en menos de un minuto desprende la cabeza del tronco. Es todo tan rápido que los ojos de la mujer en la cabeza desprendida intentan ver su cuerpo separado.

      La violencia legítima que ejerce el Estado Mexicano se ha visto gradualmente suavizada gracias al efecto civilizador de nuestros legisladores que, por ejemplo,  hace muchos años abolieron la pena de muerte y crearon leyes e instituciones para defender los derechos humanos. Pero habiendo entre quince y veinte mil muertes violentas al año, el ejercicio ilegal de la violencia a manos de los delincuentes está desbordado. Y no solo su ejercicio sino su exhibición. Si antes las naciones hacían públicas las ejecuciones como efecto disuasorio o como castigo, ahora para los mismos propósitos los delincuentes hacen públicas las ejecuciones gracias a los vídeos y al internet. Inclusive, y a pesar del pacto que se dio entre los medios de comunicación para censurar los mensajes de los criminales, no deja de ser noticia macabra el que aparezcan colgando de puentes,   cadáveres de ejecutados.  El Estado Mexicano ha cedido grandes espacios a la delincuencia, entre ellos el permitir  que estos vídeos sanguinarios  se exhiban sin recato en redes sociales e internet. No hay el pretexto de invocar a la libertad de prensa ya que en su exhibición no hay periodismo legítimo.  Al permitir exhibirse estos vídeos grotescos no solo se premia la impunidad del hecho mismo sino la osadía de mostrarlo abiertamente.

      Lo que ha sido noticia recientemente han sido otras decapitaciones filmadas a todo color y lanzadas para consumo de todo el mundo. Dos periodistas americanos y un ciudadano  británico fueron decapitados también frente a una cámara por miembros del “Estado Islámico de Irak y Siria” (ISIS por sus siglas en inglés).

     Mientras que las decenas de vídeos de decapitaciones de mexicanos no son noticia, por ser comunes, por indiferencia,  por ser nuestro país "violento por naturaleza"  (Es cultural, podría decir alguien) o por ser simplemente personajes anónimos que florecen en el oscuro mundo del narcotráfico y la delincuencia. En el caso de las decapitaciones en algún lugar de Siria, sí han acaparado la atención de todo el mundo. Se trata de conocidos periodistas y además ejecutados por un ciudadano británico con acento londinense. Y es que se puede esperar todo de cualquier delincuente mexicano - y entonces no es noticia - , pero que ocurra una decapitación realizada por un londinense convertido al terrorismo islámico y que se atreva a matar a tres ciudadanos del primer mundo a la vista de todo el planeta, eso sí es de llamar la atención.

     Por lo pronto la muerte de los periodistas ante los ojos azorados del mundo han servido para expandir la guerra contra ISIS y evitar que imponga un califato en esas tierras. Se ha desplegado una  nueva cruzada encabezada por los Estados Unidos pero con participación de países árabes y los americanos encabezan la ofensiva usando aviones no tripulados, proyectiles lanzados a cientos de kilómetros de distancia  para asépticamente destruir a sus enemigos. También el Congreso de ese país ha autorizado el entregarles armas a los enemigos de sus enemigos para reforzar la lucha contra estos extremistas.  Los seres humanos que mueran solo serán "daños colaterales" y los nuevos vídeos que aparezcan levantarán los "ratings" del entretenimiento. Las decapitaciones seguirán y las muertes anónimas víctimas de los bombardeos “dirigidos” a terroristas,  crecerán.

    En México nuestra cosecha de vídeos grotescos seguirá dando cuenta de la violencia que no se abate en nuestro país. Los cuerpos de los torturados y ejecutados por lo pronto serán la materia prima de la que se alimente el morbo, el espectáculo y el odio. Los cuerpos de los desconocidos que ni siquiera alcanzaron foto o vídeo permanecerán en la lista interminable de los desaparecidos.  No cabe duda, nuestra sociedad está enferma.

Bibliografía:

1.   “Blackwater. El auge del ejército mercenario más poderoso del mundo.” Autor: Jeremy Scahill. Ed. Paidós. Barcelona, 2008.
2.   “Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión.” Autor: Michel Foucault. Ed. Siglo Veintiuno Editores. 35ª edición. México 2008.



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